La lealtad y la amistad, en el amplio sentido de la palabra, son conceptos que deberían acompañarnos siempre, sobre todo cuando el éxito nos acompaña o cuando a los demás la suerte les es esquiva. “Los dos escarabajos”, título del relato corto de esta semana, quiere ponerlos en valor.
Había una vez dos escarabajos que vivían en una isla y eran muy amigos. Pero la isla era demasiado pequeña y les resultaba muy difícil encontrar comida, por eso siempre se quedaban con hambre.
Una mañana, uno de los escarabajos tuvo una gran idea:
—Amigo, me estoy planteando seriamente abandonar la isla para ir a tierra firme en busca de comida.
—¡Eso es muy arriesgado! Tendrás que volar sobre el mar y podrías morir en el intento ¿Merece la pena poner en juego tu vida?
—Será un viaje complicado pero debo intentarlo. Tú te quedarás aquí mientras yo investigo la zona. Te prometo que si encuentro mucha comida volveré cargado para que te des un buen festín y tengamos provisiones para una larga temporada.
—De acuerdo. Ten mucho cuidado y no tardes en regresar ¡Te esperaré impaciente!
El valiente escarabajo emprendió el vuelo. Aunque sus alas eran muy pequeñas tuvo la suerte de tener el viento a favor y tardó menos de lo previsto en llegar al continente. En cuanto puso las patas en tierra se sintió en el paraíso. Había encontrado un lugar idílico lleno de comida. Empezó a zampar y cuando estaba a punto de reventar se dejó caer sobre la hierba, panza arriba. Entusiasmado con su descubrimiento, decidió quedarse allí a vivir. Recorrió la zona y eligió un lugar seguro para construir su nueva casa. Estaba feliz, tanto, que ni se acordó de que su amigo lo esperaba en el islote.
Durante mucho tiempo gozó de largas siestas en el campo, del olor de las flores y de tremendas comilonas. Fueron transcurriendo los días, las semanas, los meses, y llegó el invierno. El frío y la lluvia le produjeron una gran nostalgia, y de repente, se acordó de su viejo compañero. Decidió entonces visitarlo. Eran los primeros días de la primavera cuando el escarabajo emprendió el regreso. Tras varias horas de viaje aterrizó en la isla y se fue en busca de su amigo. Enseguida lo encontró, bastante más flaco de lo normal, rastreando el terreno en busca de algo que llevarse a la boca.
—¡Hola amigo. Ya estoy de vuelta!
Al escuchar una voz que le resultó familiar, el escarabajo de la isla se giró y puso cara de asombro ¡Su amigo parecía un buda de lo gordo y saludable que estaba! Lo primero que pensó es que sin duda las cosas le habían ido de maravilla y por supuesto se alegró por él, pero en lo más hondo de su corazón estaba muy dolido y le habló con voz apesadumbrada:
—¡Vaya, por fin has vuelto! Veo que tu viaje ha sido un éxito pero acordamos que yo me quedaría aquí aguardando a que trajeses comida para los dos y llevo medio año esperándote. Has preferido quedarte en tierras lejanas viviendo como un rey a mi amistad.
El escarabajo viajero se había comportado mal y faltado a su palabra. Para justificarse dijo lo primero que se le ocurrió:
—¡La culpa no es mía! Allí había mucha comida pero no tenía manera de traértela ¿Cómo podría venir yo tan cargado?
El escarabajo de la isla se puso aún más triste porque se dio cuenta de que su amigo no era un amigo de verdad.
—Es cierto que volar con un mucha comida a la espalda es difícil pero al menos podías haberme traído un poco para probarla. Además, si fueras un buen amigo, no habrías tardado tantos meses en regresar. ¡Me dejaste tirado!
Y sin decir nada más, se alejó dejando sin palabras a su compañero.
La historia no nos cuenta si el escarabajo viajero regresó al continente y tampoco si el otro escarabajo se animó a cruzar el mar en busca de una vida mejor. Lo que sí es seguro es que a partir de ese día su amistad se rompió, cada uno se fue por su lado y nunca más volvieron a encontrarse.
Moraleja: Un buen amigo te apoyará en los buenos y malos momentos. Si en una época difícil para ti no te ofrece su compañía y cariño quizá no sea un amigo verdadero.