Opinión 2

“COMETO  UN  ERROR,  LUEGO  EXISTO(artículo de Mario Tallarico) (Sebastián arias)

Savielly Tartakower es el creador de la frase que sirve de título al presente artículo. Parafrasea el célebre principio de Descartes: “Pienso, luego existo” (“Cogito ergo sum”).

Para Tarta la esencia del ajedrez está en el error, y esta creencia lo llevó a formular otras aseveraciones ingeniosas: «Los errores están todos ahí, esperando ser cometidos«, «Gana la partida el jugador que comete el penúltimo error» o aquella otra en la que afirma «La raíz cuadrada de la brillantez es el error«. También aseguraba Tartakower «El ajedrez subsiste gracias a sus errores«.

No es difícil estar de acuerdo con el genial jugador polaco; basta mirar cualquier base de datos y los errores aparecerán por millones —dependiendo de las partidas que tengamos almacenadas, naturalmente—.

En este artículo no me referiré a errores técnicos sino a comentarios, posturas o afirmaciones que luego resultaron ser completamente equivocadas y llevaron a sus protagonistas a ser objeto de escarnio público a lo largo de los años. De estos tipos de errores también existen abundantes ejemplos. Me limitaré a señalar unos pocos.

Para el primer ejemplo nos debemos trasladar al París de 1858.

En una mesa de un café parisino se encuentra un joven llegado hace muy poco de Estados Unidos, un caballero educado, de modales suaves, desconocido en aquel entonces en Europa: Paul Morphy. Su rival de entonces era un jugador local: Delannoir.

Llegaron a la siguiente posición:

Es el turno de las negras que tienen atacado su alfil de c7. Sin embargo, para sorpresa de todos, Morphy jugó 1…Tfe8. El jugador francés se apresura a comerse el alfil y declara burlonamente a los espectadores: «Para tener descuidos como ése, no valía la pena cruzar el Atlántico».

Un océano de por medio es lo que hubiera deseado tener Delannoire para alejarse del bochorno que le produjo verse rematado implacablemente luego del «descuido» del americano: 2.Axc7 Txf2 3.Rxf2 Te2+ 4.Rxe2 Dxg2+ 5.Re1 Dg1+ 6.Rd2 Df2+ 7.Rd1 Ah5#.

La participación del joven José Raúl Capablanca en el torneo de San Sebastián de 1911 provocó la protesta de algunos de los maestros invitados. Objetaban que el cubano no tenía méritos, ni nivel suficiente para participar en tan importante evento. Los maestros Nimzowitch y Bernstein fueron los principales opositores a la inclusión de Capablanca en la nómina de participantes.

Pues bien, la primera partida del torneo enfrentó a Capablanca con Bernstein, a quien no sólo derrotó, sino que lo hizo de forma tan elegante que le fue adjudicado el Premio de Belleza dotado con 500 marcos, donación del barón Albert de Rothschild.

A Nimzowitch también le tocó perder con el genial cubano. La historia es conocida, Capablanca ganó brillantemente el torneo: +6  =7 -1 y fue el primero de sus grandes éxitos europeos.

Curiosamente, el propio Bernstein volvió a protagonizar 43 años después un episodio semejante. Pero en esa ocasión fue él mismo el jugador cuestionado.

Había sido invitado a participar en el Torneo Internacional de Montevideo (Uruguay) de 1954, y Miguel Najdorf, en esos momentos uno de los mejores jugadores del mundo, descalificó la participación de Bernstein por tener en esos momentos 70 años. Pues bien, el viejo Bernstein no sólo derrota al Gran Maestro argentino, sino que le propina una paliza memorable, que se hizo acreedor al Premio especial de Belleza.

Otro ajedrecista que sufrió sus propios excesos verbales fue el maestro yugoslavo Damjanovic, que comentando el match Tal – Spassky, había definido el juego del primero de la siguiente manera:

Tal juega la apertura como un Gran Maestro, el medio juego mejor que un Gran Maestro, y el final, como un Maestro del montón».

A Tal no le gustó la caracterización que había hecho Damjanovic de su nivel ajedrecístico, por lo que, en la partida que les tocó enfrentarse en Sarajevo, en 1966, se dedicó a cambiar primero las damas, luego las demás piezas y ganarle pacientemente el final.

Como cierre anecdótico de este artículo voy a transcribir un diálogo entre los Grandes Maestros Gufeld, Géller y Semion Furman en la final del Campeonato por Equipos de la URSS de 1968.

Discutían sobre las posibilidades ajedrecísticas de un joven pálido, extremadamente delgado, de aspecto frágil. Gufeld no creía que aquel adolescente llegaría siquiera a ser Gran Maestro:

Es demasiado delgado, fue la razón que dio el Gran Maestro. A lo que Geller replicó irónicamente:

Cada uno se regula según su propio peso. Tú, por ejemplo, llegaste a Gran Maestro sólo después de haber superado los 100 kilos».

Es verdad, es delgado de constitución, pero posee un raro talento y una fuerte voluntad—, apostilló Furman.

Se referían a Anatoli Karpov.

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