La zorra que comió demasiado

A veces nos angustiamos buscando solución a un determinado problema cuyo remedio no hallábamos tal vez por ser demasiado sencillo y parecer contradictorio. Aprenderemos esta nueva lección de vida en el relato corto de esta semana, “La zorra que comíó demasiado”.

Érase una vez una zorra muy glotona que solía levantarse  tempranísimo para salir a buscar alimentos por el campo. Comer era su pasatiempo favorito y nunca le hacía ascos a nada. Generalmente no solía tardar mucho en encontrar comida, pero en una ocasión sucedió que por más que rastreó la tierra no halló ni una mísera semilla que llevarse a la boca. Tras varias horas de inútil exploración, el sonido de sus tripas empezó a parecerse al ronquido de un búfalo.

Estaba a punto de rendirse cuando detectó la presencia de un pastor que cuidaba de su rebaño, que correteaba y pastaba alegremente por la pradera. La zorra se ocultó para poder vigilar sin ser descubierta.

Tras unos minutos anodinos en los que nada interesante ocurrió el muchacho extendió  un mantelito de cuadros sobre una roca y sacó variadas viandas de una pequeña cesta.

Desde donde estaba pudo distinguir una cuña de queso, una hogaza de pan blanco y un racimo de uvas.

—¡Oh, se me hace la boca agua! Me quedaré quieta y en cuanto se largue me acercaré. ¡Con suerte podré comer los restos que hayan caído al suelo!

De repente, el chico pareció acabar. Se puso en pie, envolvió la comida sobrante con el mantelito de cuadros y la introdujo en un agujero excavado en el tronco de un viejo árbol. Seguidamente dio un fuerte silbido para agrupar a las ovejas y se las llevó a todas de vuelta a la granja.

—¡Qué fortuna la mía! El pastor trajo tanta comida que ha reservado una parte para mañana. Pues lo siento mucho, pero me la voy a zampar yo—, pensaba relamiéndose la boca.

La famélica zorra salió disparada hacia el árbol, trepó por el tronco y se metió dentro del hueco. El espacio era estrecho y pequeño, pero consiguió llegar al fondo y encontrar el tesoro. En cuanto tuvo el paquete en su poder, desató el nudo y casi a oscuras comenzó a devorar las viandas.

Comió tanto y tan rápido que su panza se hinchó hasta adquirir el aspecto de un enorme globo a punto de explotar, y cuando quiso marcharse no pudo hacerlo, pues se había quedado atrapada en el interior del tronco. Por ello, comenzó, primero a chillar en busca de auxilio, y más tarde a llorar desconsoladamente, lamentando su suerte.

Otra zorra que paseaba cerca escuchó sus gritos y sollozos retumbando en el interior del árbol y se acerco hasta allí.

—¿Qué sucede?—, preguntó metiendo la cabeza en el hueco del tronco.

La zorra atrapada saludó a la desconocida y le explicó la gravedad de la situación.

—¡Hola! Gracias por venir a mi llamada. He visto que un pastor introducía restos de su almuerzo en este árbol y entré para comérmerlos. El problema es que he comido tanto que he engordado y ahora estoy encajada sin poder moverme.

La zorra libre se rascó la cabeza mientras intentaba encontrar una solución. Pasado un rato seguía sin hallar remedio.

—Lo siento pero nada puedo hacer. No tengo herramientas para liberarte ni conozco a ningún  pájaro carpintero que pueda romper la madera con su pico. Tengo amigos castores que podrían roer este árbol con sus poderosos incisivos, pero los que viven a menos distancia lo hacen junto al lago, a más de cinco horas de camino—, le dijo con pesar.

—¡Piensa algo para liberarme de mi cautiverio, por favor!—, suplicó la zorra presa.

—Lo lamento mucho, pero me temo que tu única opción es esperar que pase la noche. Cuando tu barriga recupere la forma que tenía podrás salir. Así son las cosas: si quieres volver a ver la luz y regresar a tu vida de siempre has de cultivar esa virtud tan importante que todos deberíamos tener y valorar.

—¿Y qué virtud es esa?—, preguntó intrigada.

—¡La paciencia!

La respuesta no podía ser más clara y contundente, así que la zorra atrapada tuvo que admitir que no le quedaba más salida que relajarse y esperar el tiempo necesario.

Moraleja: Hay problemas que se resuelven solos. Basta con cruzarnos de brazos, armarnos de paciencia, mantener la calma y esperar que amaine el temporal. Aprenderemos a distinguirlos gracias a la experiencia personal, que será la que nos indique cuáles son los problemas que desaparecen tan solo dejando pasar el tiempo.

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