valores humanos

El padre que nunca desistió

Una nueva lección de vida de la mano del relato corto elegido para la ocasión, “El padre que nunca desistió”, del cual extraemos, a modo de enseñanza, que la primera opinión a considerar y valorar debería ser la de aquellos que de verdad nos quieren.
Había un hombre muy rico, que poseía muchas empresas y bienes, entre ellos, un hermoso castillo, varias mansiones y fincas, mucho ganado y decenas de empleados. Este hombre tenía un único hijo, que estaba llamado a ser su heredero.
Lo que más le gustaba al chico era hacer fiestas y compartir su tiempo con sus amigos, lo que le valió ser adulado por todos ellos. Su padre siempre le advertía que sus amigos solo estarían a su lado mientras él tuviese algo que ofrecerles; después lo abandonarían.
Un día, el viejo padre, ya avanzado en edad, dijo a sus empleados que le construyesen un pequeño establo. Dentro de él, preparó una horca y junto a ella, una placa con algo escrito: “Para que nunca desprecies las palabras de tu padre”.
Llamó a su hijo, lo llevó hasta el establo y le dijo:
—Hijo mío, yo ya estoy viejo. Cuando me vaya tú te encargarás de todo lo que es mío. Y yo sé cual será tu futuro. Vas a dejar la estancia en manos de los empleados y a gastar todo el dinero con tus amigos. Venderás todos los bienes para sustentarte y, cuando no tengas nada, tus amigos se apartarán de ti. Solo entonces te arrepentirás amargamente por no haberme escuchado. Por eso construí esta horca. ¡Es para ti! Quiero que me prometas que, si sucede lo que te estoy diciendo, te ahorcarás en ella.
El joven se rio; pensó que era un absurdo, pero para no contradecir a su padre le prometió que así lo haría, con el convencimiento de que jamás sucedería.
El tiempo pasó, el padre murió y su hijo se convirtió en el dueño de las riquezas y posesiones que antes eran de su progenitor. Y tal y como su padre había previsto el joven gastó todo, vendió los bienes, perdió sus amigos y hasta su propia dignidad.

Desesperado y afligido, comenzó a reflexionar sobre su vida y vio que había sido un idiota. Se acordó de las palabras de su padre y, reflexionando en voz alta, dijo:
—¡Ay, papá! ¡Si yo hubiese escuchado tus consejos…! Pero ahora es demasiado tarde.
Apesadumbrado, el joven levantó la vista y vio el establo. Con pasos lentos se dirigió hasta allá, y entrando, vio la horca y la placa llenas de polvo. Entonces pensó:
—Nunca hice caso de las palabras de mi padre, no pude alegrarle cuando estaba vivo, pero al menos esta vez haré su voluntad. Voy a cumplir mi promesa. No me queda otra.
Subió los escalones y se colocó la soga en el cuello mientras pensaba:
—¡Lo que daría por tener una nueva oportunidad!
Seguidamente, se arrojó al vacío desde lo alto de aquel improvisado patíbulo, y por un instante, sintió que la cuerda apretaba su garganta. Había llegado su final.
Sin embargo, el brazo de la horca era hueco y se quebró fácilmente, impactando contra el suelo del establo. Sobre él cayeron joyas, brillantes y perlas. La horca estaba llena de piedras preciosas. Y con ellas, una nota, escrita de puño y letra por su padre: “Esta es tu nueva oportunidad, hijo mío. ¡Te quiero con toda mi alma!”


Moraleja: Nuestro protagonista tuvo la gran suerte de contar con una segunda oportunidad, circunstancia que pocas veces sucede. Es por ello que debemos escuchar siempre el sabio consejo de nuestros padres. Por más que creamos que están equivocados o nuestra opinión sea diametralmente opuesta a la suya, que sus palabras merezcan al menos nuestra reflexión y las tengamos en cuenta a la hora de decidir. Nadie querrá nuestro bien con tanto ahínco como ellos, porque nadie como ellos nos amará tanto.

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