AJEDREZ EDUCATIVO – Una ofensa intangible

El relato corto semanal, titulado “Una ofensa intangible” y cuyo autor es Francesc Miralles, nos deja más de una enseñanza vital que deberíamos tener bien presentes en nuestro día a día.

Raquel miró una vez más la pantalla de su móvil y sintió que una mezcla de rabia y tristeza la envenenaba por dentro. Ningún mensaje. Ninguna llamada. Nada. Hacía cinco horas que había mandado su mensaje de wasap, pero Sofía no parecía tener prisa alguna por contestar. Decepcionada, releyó el texto enviado a las 10:00 h. La doble marca azul revelaba que su amiga lo había leído un minuto después de recibirlo. ¿Por qué diablos no había contestado? Volvió a leer el wasap para tratar de entender por qué su mejor amiga no le había respondido:

«Hola.

Sé que estás en el trabajo ahora mismo, pero necesito hablar contigo desesperadamente. Juanjo me ha dejado. Dice que no es feliz conmigo. No me ha dado más explicaciones. ¡Estoy destrozada! Por favor, llámame cuando tengas un hueco.

Raquel»

Raquel no entendía que un grito de ayuda como aquel no hubiera merecido respuesta pasadas las 15:00 h.. Sabía que la labor de su amiga en el almacén tenía picos de mucho trabajo, pero también frecuentes pausas. Ella misma le había conseguido aquel empleo. Había trabajado en las oficinas de la empresa años atrás y mantenía buena relación con los dueños. Sofía le pidió ayuda tras ser despedida en su anterior trabajo y Raquel había reaccionado inmediatamente. Dos horas más tarde tenía una entrevista en aquel almacén donde ahora estaba fija.

Recordar lo que había hecho por su amiga hizo que se sulfurara aún más. ¿Cómo se podía ser tan desagradecida? Ella la había salvado cuando Sofía no podía ni pagar el alquiler, y ahora que la necesitaba…

Miró ansiosa su wasap y también el SMS, pues le había mandado el mensaje por partida doble. Nada. Con lágrimas en los ojos Raquel se dejó caer sobre la cama. Había dicho en su empresa que tenía gripe, pero casi hubiese preferido la actividad de la oficina a aquel silencio.

Empezó a enumerar las razones por las que Sofía no había contestado. Se le ocurrían dos explicaciones, a cual más humillante para ella: la primera, a su amiga no le apetecíaser su paño de lágrimas aquel viernes. Prefería pasar los ratos que le quedaban libres charlando de cualquier cosa con sus compañeros. La segunda, prefería mantener conversaciones más frívolas por wasap con otras amigas. Y es que en su espera Raquel había comprobado varias veces en el “estado” que estaba activa. Aquello la acabó de enfurecer.

Más allá de estas deducciones, una cosa estaba clara: a Sofía no le importaba nada su sufrimiento, de otro modo la habría llamado de inmediato. O, al menos, le habría mandado un mensaje de aliento. Pero nada. Seis horas después solo había obtenido silencio e indiferencia. Había sobreestimado a Sofía, pensó. Como siempre había estado detrás para escucharla y ayudarla dio por supuesto que haría lo mismo por ella el día que la necesitase. ¿Podía seguir considerándola su amiga tras esto? La había dejado en la estacada cuando más la necesitaba. En aquel momento sintió que no solo su pareja y su mejor amiga la habían traicionado, sino el mundo entero. Todos iban a lo suyo y a nadie le importaba que ella sufriera.

Decidió entonces que no podía quedarse impasible ante aquella falta de cariño y amistad. Llamaría a su amiga y le cantaría las cuarenta. Le diría todo lo que pensaba de ella, aunque supusiese el fin de su relación.

El timbre sonó cuatro veces hasta obtener respuesta al otro lado. Una voz de mujer distinta de la que esperaba contestó:

—¿Quién eres?

—Soy Raquel. ¿Puedo hablar con Sofía?

Aún no ha despertado de la anestesia. ¿Es usted un familiar?

—No. Soy su mejor amiga. ¿Qué ha pasado?—, preguntó Raquel alarmada.

Un ataque de apendicitis, pero está ya fuera de peligro. Soy la enfermera de planta. Hemos tratado de localizar a algún familiar a través de su móvil, incluso hemos escrito a su hermano, pero nadie ha contestado.

—Su hermano vive en el extranjero. Es posible que a estas horas aún no haya visto el mensaje—, explicó Raquel.

—Hable con él, si tiene ocasión. ¿Quiere que deje a la paciente algún mensaje de su parte?—, preguntó la sanitaria.

—Olvídese de mensajes. Voy ahora mismo—, dijo Raquel, avergonzada, mientras corría a ponerse el abrigo.

Moraleja: No te precipites en los juicios de valor. Cada quien tiene su vida y hay aspectos de ella que escapan a nuestro conocimiento.

Del mismo modo no pretendamos que el mundo se detenga cuando tenemos un problema. Todo el mundo tiene sus preocupaciones y problemas.

Y, por último, recuerda: nunca hagas un favor a alguien esperando que te lo devuelva. Los favores se hacen desinteresadamente, sin esperar otra cosa a cambio que la propia satisfacción de hacerlo.

× ¿Cómo puedo ayudarte?