El relato de esta semana nos enseña una práctica lección de gran utilidad para cualquier faceta de la vida, pero también para quienes se dedican a la práctica del ajedrez, como es vuestro caso. Tras su lectura sí sabrás qué hacer.
Carolina paseaba al perro por un parque con su hija Alba. Hacía unas semanas que no se veían y el encuentro había sido iniciativa de Alba, que quería el consejo de su madre en un asunto espinoso. Mientras el perro jugaba con otros perros se sentaron en un banco a hablar. Alba le explicó a su madre una discusión que había tenido con Iñaki, un compañero de trabajo. Acabó preguntándole:
—¿Tú qué harías?
Su madre no se lo pensó dos veces. Le contestó:
—Llámalo, y hazlo ya.
—Pero ¿qué le digo?—, replicó Alba.
—Ante todo te disculpas. Y él debería disculparse también—, le respondió Carolina.
—¿Estás segura? ¿No dejarías pasar un poco de tiempo?—, preguntó una dubitativa Alba.
—No te lo pienses. Haz exactamente lo que te digo. Siempre funciona—, aseguró su madre.
Alba meditaba el consejo de su madre. Al cabo de un momento, le dijo:
—Vale, haré lo que me dices, aunque no estoy totalmente convencida. Gracias por tu consejo. Espero que me funcione.
Carolina se quedó en el banco sentada, y de repente oyó una voz a su lado que decía:
—¿Y si no funciona?
Desconcertada, se giró voz y encontró con la mirada de un hombre mayor. Tentada a levantarse y desparecer, su curiosidad pudo más que su lógica, así que permaneció sentada y siguió el diálogo:
—¿A qué viene esta pregunta?—, inquirió Carolina.
—Permítame que me presente. Soy Max. No he podido evitar oír su charla, y como soy tan enemigo de los consejos…
—Yo soy Carolina, y como habrá supuesto soy la madre de la joven con la que hablaba. Y como madre creo que es mi obligación aconsejar a mi hija cuando me lo pide.
—Es muy generoso por su parte querer ayudarla, pero quizá haya otros caminos que a ella le ayuden más y a usted no la comprometan—, añadió el desconocido.
—No lo entiendo. ¿Me lo explica usted?—volvió a preguntar Carolina.
—Los consejos tienen dos grandes problemas: si a la persona a quien se los va a dar no le va bien la hará a Ud. responsable. Y si le va bien le generará una gran dependencia y acudirá sistemáticamente a Ud. cada vez que necesite solucionar algo—, explicó Max.
—Vale, Max; puedo entenderlo. Pero, ¿cuál es la alternativa? Porque no voy a dejar colgados a los demás cuando tienen un problema, especialmente si son mis hijos—, dijo la mujer con cierto aire de preocupación.
—No, claro que no. Lo que le propongo es que para ayudarlos, en vez de darles sus consejos, les ayude a descubrir sus soluciones—, aseveró Max.
—¿Y cómo se hace eso?—, apostilló Carolina.
—Le propongo un pequeño juego: por un rato yo voy a ser su hija Alba. Volvamos al punto en que le ha contado su problema y preguntado «¿Tú qué harías?». Trate de respondérmela sin un consejo.
Carolina aceptó el reto y empezó a pensar en posibles respuestas. Inevitablemente, todas eran, de forma más directa o más encubierta, consejos. Así que siguió buscando alternativas. Pasó un largo rato, hasta que por fin le dijo:
—Max… Perdón… Alba, ¿qué se le ocurre que puedes hacer?
—No sé, mamá. Dímelo tú que tienes más experiencia—, contestó Max en el papel de Alba.
—Quizás, Alba, pero lo que a mí me funciona no tiene por qué funcionarte a ti. Piensa en alternativas y, si quieres, las evaluamos—, añadió Carolina.
—Vale: lo primero que se me ocurre es llamar a Iñaki, pero me da miedo su reacción—, expuso Max/Alba.
—¿Qué te puede decir?—, preguntó la mujer
—Me puede acusar de haberle dicho cosas injustas—, alegó de nuevo Max, cada vez más metido en su papel de Alba.
—¿Y cómo puedes evitar esta acusación?—, inquirió Carolina.
—Quizás con una buena disculpa…—, añadió Max.
Se miraron y se pusieron a reír. Habían llegado al mismo punto, pero Carolina había evitado los consejos. Había sido Alba, en la persona de Max, la que había sugerido su propia solución. Max entonces le preguntó:
—Y bien, ¿qué te ha parecido?
—Interesante y reconfortante para mí, porque no asumo ningún compromiso… ¡pero mucho más largo!
A Carolina se le abrió un mundo. Todo aquello suponía un giro en su forma de ayudar a la gente.
Su perro salió disparado persiguiendo a otro, arrastrándola con él. Cuando el perro se calmó buscó a Max para despedirse de él y agradecerle la charla. Sin embargo, no pudo encontrarlo. Se quedó con la extraña sensación de que todo aquello solo había ocurrido en su imaginación.
Moraleja: Un viejo proverbio chino dice: “Dale un pez a un hombre y comerá hoy; enséñale a pescar y comerá el resto de su vida”. Trata de ser tú el que busque, identifique y solucione los problemas. De lo contrario acabarás creándote una necesidad: la dependencia de un tercero. ¿Qué ocurrirá cuando ese tercero no esté?
El dicho también es aplicable al ajedrez: intenta en primer lugar encontrar por ti mismo el error cometido en una partida sin valerte de la ayuda de un módulo o el consejo de nadie.