El matrimonio, la vida de pareja y sus secretos. En el relato corto que os traemos esta semana os recordamos una de sus máximas o principios, algo que sin embargo olvidamos en ocasiones. Con vosotros, “Sobre el matrimonio”.
Cuenta una vieja leyenda de los indios sioux que un buen día llegaron hasta la tienda del viejo brujo de la tribu, tomados de la mano, Toro Bravo, el más valiente y honorable de los jóvenes guerreros, y Nube Alta la hija del cacique y una de las más hermosas mujeres de la tribu.
—Nos amamos y nos vamos a casar—, dijo el joven dirigiéndose al anciano.
—Y nos queremos tanto, que tenemos miedo de que este amor se rompa. Queremos un hechizo, un conjuro, un talismán, …, algo que nos garantice que podremos estar siempre juntos. Que nos asegure que estaremos uno al lado del otro hasta encontrar a Manitú el día de la muerte. ¿Hay algo que podamos hacer?—, añadió ella.
El viejo los miró emocionado, al verlos tan jóvenes y enamorados, esperando su palabra.
—Hay algo, pero… No sé… Es una tarea difícil y muy sacrificada—, les contestó el hechicero después de una larga pausa.
—No importa. Estamos dispuestos a hacer lo que sea por nuestro amor—, respondieron ambos.
—Nube Alta, ¿ves el monte al norte de nuestra aldea? Deberás escalarlo sola y sin más armas que una red y tus manos tendrás que cazar el halcón más hermoso y vigoroso del monte. Si lo atrapas, has de traerlo aquí con vida el tercer día después de la luna llena. ¿Entendido?—, preguntó el viejo a la muchacha, la cual asintió en silencio.
Prosiguió el brujo:
—Y tú, Toro Bravo deberás escalar la Montaña del Trueno. Cuando llegues a su cima encontrarás la más brava de todas las águilas y, solamente con tus manos y una red, tendrás que atraparla sin heridas y traerla ante mí, viva, el mismo día que venga Nube Alta. ¡Y ahora, salid y realizad la tarea que os he encomendado!
Los jóvenes se miraron con ternura y después de una fugaz sonrisa salieron a cumplir la orden que les había dado el anciano, ella hacia el norte, él hacia el sur.
El día establecido, frente a la tienda del hechicero, ambos jóvenes esperaban con sendas bolsas de tela que contenían las aves solicitadas. El viejo sabio les pidió que las sacaran de las bolsas con mucho cuidado. Los enamorados lo hicieron y expusieron ante la aprobación del brujo las aves cazadas. Eran hermosos ejemplares; sin duda, lo mejor de su estirpe.
—¿Volaban alto?—, inquirió el hechicero.
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—Sí, sin duda. Tal y como nos pediste. ¿Y ahora? ¿Los mataremos y beberemos su sangre?—, preguntó el joven.
—No—, dijo el viejo.
—¿Entonces los cocinaremos y comeremos su carne?—, propuso la joven Nube Alta.
—No. Haréis lo que os digo: tomad las aves y atadlas entre sí por las patas con estas tiras de cuero. Cuando las hayáis anudado, soltadlas y que vuelen libres—, respondió el anciano.
El guerrero y la joven hicieron lo que se les pedía y soltaron los pájaros. El águila y el halcón intentaron levantar vuelo pero solo consiguieron revolcarse en el suelo. Unos minutos después, irritadas por la incapacidad, las aves arremetieron a picotazos entre si hasta hacerse daño.
Entonces el hechicero, con voz profunda y dirigiéndose a los dos jóvenes, afirmó:
—Este es el conjuro. Jamás olviden lo que han visto. Son ustedes como un águila y un halcón. Si se atan el uno al otro, aunque lo hagan por amor, no solo vivirán arrastrándose sino que además, tarde o temprano, empezarán a lastimarse el uno al otro.
Moraleja: Si quieren que el amor entre ustedes perdure vuelen juntos pero jamás atados. Hagan planes conjuntos y luchen, hombro con hombro, para ver sus sueños cumplidos, mas nunca olviden que, aunque complementarios, son dos seres distintos. Juntos y revueltos, sí; nunca atados.