Autocrítica. De eso versa el relato corto de esta semana, que lleva por título “Nasreddin y la lluvia”. Y es que, en numerosas ocasiones, la culpa de nuestros males la tenemos nosotros. Aprendamos a buscar una solución en vez de culpar al prójimo.
Hace mucho tiempo vivió en la India un muchacho llamado Nasreddin, que llamaba la atención por su inteligencia.
Un día estaba en el jardín de su casa cuando un amigo fue a buscarle para ir a cazar:
—¡Hola, Nasreddin! Voy al campo a ver si atrapo alguna liebre. He traído dos caballos pues pensé que quizá te apetecía venir. Otros diez amigos nos esperan a la salida del pueblo.
Nasreddin aceptó. Partió montado a caballo y enseguida se dio cuenta de que era un animal viejo y que trotaba muy despacio, pero por educación no dijo nada y se conformó.
Una vez reunido el grupo los doce jinetes cabalgaron campo a través, pero Nasreddin se quedó atrás porque su caballo caminaba tan lento como un borrico. Sin poder hacer nada, vio cómo le adelantaban y se perdían en la lejanía.
De repente, estalló una tormenta y comenzó a llover con fuerza. Todos azuzaron a sus animales para que corrieran rápido hasta que lograron guarecerse en una posada que hallaron por el camino. Y aunque la carrera duró tres o cuatro minutos llegaron calados hasta los huesos. Tuvieron que quitarse las ropas y escurrirlas como si las hubieran sacado del río.
A Nasreddin también le sorprendió la lluvia. Sin embargo, en vez de correr como los demás en busca de refugio se quitó la ropa, la dobló y se sentó sobre ella para protegerla del agua. Por supuesto, también se empapó, pero cuando acabó la tormenta y su piel se secó bajo los rayos de sol se puso la ropa seca y retomó el camino. Un rato después, al pasar por la posada, vio los once caballos atados junto a la puerta y se detuvo para reencontrarse con sus amigos.
Cuando apareció Nasreddin no podían creer lo que estaban viendo ¡Llegaba totalmente seco! El amigo que le había invitado a la cacería se puso en pie y, muy sorprendido, le habló:
—¿Cómo es posible que estés tan seco? A ti te ha pillado la tormenta igual que a nosotros. Si a pesar de que nuestros caballos son veloces nos hemos mojado, ¿cómo tú, que has tardado mucho más, no lo estás?
Nasreddin le respondió con una sonrisa dibujada en el rostro:
—Todo se lo debo al caballo que me dejaste.
El amigo se quedó en silencio y pensó que había gato encerrado. Dispuesto a descubrirlo, tomó la decisión de que al día siguiente, para el camino de vuelta a casa, le daría a Nasreddin su rápido caballo y él se quedaría con el corcel lento.
Después del amanecer, partieron hacia el pueblo con los caballos intercambiados. De nuevo se repitió la historia: el cielo se oscureció y al rato llovía torrencialmente.
El amigo de Nasreddin, que iba en el caballo lento, se mojó aún más que el día anterior porque tardó el doble de tiempo en llegar al pueblo. En cambio, Nasreddin repitió la operación: se bajó rápidamente de su caballo, dobló la ropa, se sentó sobre ella y esperó a que cesara la lluvia. Soportó la tormenta sobre su cabeza, pero cuando paró de llover y salió el sol, no tardó secarse y se puso la ropa.
Por casualidad ambos se cruzaron en el camino justo a la entrada del pueblo. El amigo chorreaba agua por todas partes y cuando vio a Nasreddin completamente seco se enfadó muchísimo.
—¡Mira cómo me he puesto! ¡Estoy tan mojado que tendré suerte si no pillo una pulmonía! ¡La culpa es tuya por darme el caballo lento!
Sin levantar la voz Nasreddin le contestó:
—Dos veces te ha pillado la tormenta, a la ida en un caballo rápido, a la vuelta en un caballo lento, y ambas veces te has mojado. En tus mismas circunstancias yo he acabado totalmente seco. ¿No crees que la culpa no es del caballo sino tuya, que no has hecho nada por buscar una solución?
Moraleja: Cuando algo nos salga mal no podemos culpar siempre a los demás o a las circunstancias. Tenemos que aprender que muchas veces el éxito o el fracaso dependen de nosotros y de nuestra actitud ante las cosas. Si un día estamos ante un problema lo aconsejable es pensar en la mejor manera de solucionarlo y actuar con decisión.