El relato corto de esta semana, “Los dos conejos”, es la adaptación de un cuento del fabulista español Tomás de Iriarte. La lectura, a modo de conclusión, que nos deja es de gran utilidad para el ajedrez y la vida en general. Aprender a separar la paja del trigo.
La primavera había llegado al campo. El sol brillaba y derretía las últimas nieves. En la pradera los animales recibían con gusto el calorcito propio del cambio de estación y empezaron a salir de sus madrigueras después de muchas semanas escondidos.
Las vacas pacían tranquilas y las ovejas, en grupo, seguían al pastor al ritmo de sus propios balidos. Los pajaritos animaban la jornada con sus cantos y, de vez en cuando, algún caballo salvaje pasaba galopando por delante de todos, disfrutando de su libertad.
Los más numerosos eran los conejos. Cientos de ellos aprovechaban el magnífico día para ir en busca de frutos silvestres y estirar sus entumecidas patas.
Todo parecía tranquilo y se respiraba paz en el ambiente, pero, de repente, de entre unos arbustos, salió un conejo blanco corriendo y chillando como un loco. Su vecino, un conejo gris que se consideraba a sí mismo muy listo, se apartó hacia un lado y le gritó:
—¡Eh, amigo! ¡Detente! ¿Qué te sucede?
El conejo blanco frenó en seco. El pobre sudaba a chorros y casi no podía respirar por el esfuerzo. Jadeando, se giró para contestar:
—¡Me están persiguiendo! ¡Y no uno, sino dos enormes galgos!
El conejo gris frunció el ceño y puso cara de circunstancias:
—¡Tienes razón! ¡Por allí los veo venir! Pero he de decirte que no son galgos.
Y como quien no quiere la cosa, comenzaron a discutir:
—¿Cómo que no son galgos?
—No. Son podencos. Soy mayor y he conocido muchos a lo largo de mi vida.
—¡Pero qué dices! ¡Son galgos! ¡Tienen las patas largas y esa manera de correr les delata!
—Lo siento, pero estás equivocado ¡Creo que deberías revisarte la vista, porque no ves más allá de tus narices!
—¿Eso crees? ¿No será que ya estás demasiado viejo y el que necesita gafas eres tú?
—¿Cómo te atreves, insolente?
Enzarzados en la pelea, no se dieron cuenta de que los perros se habían acercado tanto que acabaron dándoles caza.
Esa noche los dos conejos sirvieron de alimento al dueño de los perros y sus familiares.
Moraleja: En la vida debemos aprender a distinguir las cosas que son realmente importantes de las que no lo son. Esto nos resultará muy útil para no perder el tiempo en cosas que no merecen la pena.