Una fábula de Esopo titulada “Las cabras y el cabrero” nos recuerda el trato que merecen las personas cercanas a nosotros, aquellas que siempre han estado de nuestro lado, en los buenas momentos, pero también en los malos; tengámoslo muy presente.
Érase una vez un pastor que cada mañana llevaba al campo a sus cabras para que comieran hierba fresca. Un día doce cabras montesas que vivían entre los peñascos se acercaron a las suyas. Le sorprendió gratamente ver cómo se mezclaban pacíficamente y compartían el pasto. Al rato se percató de que tenía ante sí una oportunidad que debía aprovechar: se llevaría todas las cabras para que su rebaño creciese. Con el bastón las arremolinó y las fue dirigiendo hasta la granja. Tanto las domésticas como las salvajes obedecieron, entraron en el establo y pasaron la noche juntas.
A la mañana siguiente, cuando el pastor se acercó al establo para sacar a las cabras, estalló una gran tormenta. Tenía que darles de comer, pero con la lluvia era imposible llevarlas a pastar, así que pensó en darles heno del que reservaba para el invierno. Regresó con una carretilla llena y lo repartió, pero no equitativamente: dio un puñado a cada una de sus cabras y tres puñados a cada cabra montesa. Y mientras sus cabras comían lo justo las otras disfrutaron de una copiosa ración.
—Sois mis invitadas y deseo que os sintáis a gusto aquí. Esta es ahora vuestra casa y no quiero que os vayáis—, les dijo a las cabras salvajes.
La tormenta remitió por la noche, y al amanecer el pastor acudió al establo, abrió la puerta y condujo a todas las cabras al campo. Las del pastor se pusieron a comer con ansiedad mientras las montesas, al verse libres, salieron corriendo para regresar a la montaña donde siempre habían vivido. El pastor se quedó pasmado viendo cómo desaparecían en la lejanía y se enfureció. Una de las cabras fugitivas escuchó sus palabras y le dijo desde lo alto de una roca:
—¡La culpa de que nos vayamos es tuya!
El hombre, más enfadado aún, le replicó:
—¿Pero cómo te atreves a decirme eso?
La cabra montesa le gritó desde la distancia:
—Sí, tuya, porque tu comportamiento fue injusto y ya no confiamos en ti. A las cabras que llevan tantos años contigo les diste menos comida que a nosotras, cuando ni siquiera nos conoces. Si nos quedásemos contigo y un día llegasen otras cabras desconocidas las tratarías mejor que a nosotras. En la vida los seres más queridos son lo primero.
El pastor no pudo replicar nada porque entendió que había cometido un grave error. La cabra tenía razón, pero ya era tarde.
Moraleja: No confíes en las personas que te prometen o te dan lo mejor a ti dejando de lado a sus verdaderos amigos. Si no son buenos con la gente que más quieren, tampoco lo serán contigo.