AJEDREZ EDUCATIVO – La solución a los conflictos

El relato de esta semana, que lleva por título “La solución a los conflictos”, tiene doble lectura y nos abre la puerta a posibles remedios para nuestros problemas. Generalmente, la solución está más cerca de nosotros de lo que creemos…

Álex salió a la terraza de sus oficinas. Necesitaba respirar, pues se sentía confundido por el episodio que acababa de vivir. Había quedado con Juanjo, un compañero de trabajo, para hablar de un conflicto que se había creado entre ellos, y a pesar de que iba determinado a tener una actitud conciliadora la conversación había derivado enseguida a una agria discusión. Habían terminado levantándose la voz el uno al otro de nuevo y, claro está, no habían sido capaces de resolver nada. No lograba entender por qué había sucedido, ya que se había propuesto que ocurriera todo lo contrario.

Con la mirada perdida, intentaba reproducir el encuentro en su mente, en busca de alguna pista que le ayudara a comprender aquel encontronazo, cuando de pronto reparó en un hombre mayor que lo miraba sin disimulo. Antes de que pudiera reaccionar el hombre le dijo:


—Sospecho que algo no anda bien.

Álex intentó identificarlo. No creía haberlo visto antes. Sin embargo, aquel era un espacio privado, así que alguna relación debía de tener con la empresa. Renunciando a reconocerlo, pero sintiendo la confianza que le transmitía su limpia mirada, se sinceró con él:


—Sí, es cierto. Acabo de intentar solventar un conflicto con un compañero y me temo que lo único que hemos logrado es hacerlo todavía más grande.


Quizá fuiste a ese encuentro sin haber resuelto antes el conflicto dentro de ti—, le contestó el desconocido.

Álex lo miró sin comprenderlo. Sin embargo, algo en aquella afirmación le llamaba mucho la atención, así que se lanzó a dialogar con aquel extraño:


—Necesito que me lo cuente, por favor.


—Para contártelo necesito hacerte primero una pregunta:¿Qué es lo que sentías cuando fuiste a hablar con tu compañero?—, le preguntó el hombre.


—La urgencia y las ganas de resolver nuestro problema—, respondió Álex.


—No lo dudo. Pero qué sentías respecto a él—, insistió el hombre.


—Nada, estaba tranquilo—, añadió Álex


—¿Seguro?—, insistió aquel hombre, que previamente se había presentado como Agustín.


Álex entonces se tomó unos segundos para reflexionar. Se dio cuenta de que eso era más lo que le hubiera gustado sentir que lo que sentía en realidad. Finalmente, se decidió a hablar:

—Creo que no es del todo cierto. Si soy sincero conmigo mismo, en realidad lo que sentía era enfado, porque en el fondo me parece muy injusto cómo me trató en su momento.

—Y ese enfado encontró la manera de hacerse presente en vuestra conversación, claro—, matizó Agustín.


—¿A qué se refiere?—, inquirió Álex.


—Verás… Comunicamos lo que sentimos en todo momento, porque es algo que no podemos esconder. Digamos lo que digamos, nuestro cerebro encuentra el camino para expresar la emoción que tenemos dentro. Si estamos tristes, nuestros ojos lo mostrarán. Si estamos alegres, nuestra sonrisa lo delatará. Si estamos nerviosos, nuestros gestos lo evidenciarán, y si estamos enfadados… nuestro tono de voz nos traicionará—, le explicó el desconocido. Y añadió:


Desde la razón podemos decidir qué decimos, pero el cómo procede directamente de nuestras emociones.

Agustín dejó que Álex interiorizase su mensaje. Este no tardó en preguntarle:


—¿Y qué debería haber hecho? ¿No hablar con él y dejar el conflicto en el aire? Tampoco nos hubiera resuelto nada.


—Permíteme que te responda volviendo al punto de inicio: probablemente lo que más te hubiera ayudado es no hablar con él antes de haber resuelto tú, en tu interior, ese conflicto—, replicó el hombre.

Álex recibió con impotencia aquellas palabras, porque constituían una gran teoría, pero no veía cómo podía ponerla en práctica. Con evidente nerviosismo, y una cierta ironía, se atrevió a preguntarle a Agustín:


—¿Y cómo se hace esto? ¿Tengo que discutir conmigo mismo?

Agustín lo miró con simpatía, y sin prestar atención a su ironía le dijo:


—Resolver un conflicto dentro de uno significa intentar comprender al otro, hasta poderlo revivir con serenidad.


—O sea… ¿darle la razón?—, preguntó Álex.


—No, no hablamos de razones, porque no las hay en casi ningún conflicto. Se trata sencillamente de comprender los motivos por los que el otro puede haber tenido una determinada reacción, y no menos importante, comprender qué hubo en sus palabras que también a mí me hicieron reaccionar—, aclaró Agustín.

—¿Y de verdad eso es posible?—, volvió a la carga Álex.


—Sí, lo es, siempre que tengamos una sincera intención de comprender al otro, en vez de la habitual necesidad de culpar—, apostilló Agustín.

Álex empezaba a encajar algunas piezas, y se daba perfecta cuenta de que ciertamente, al preparar su conversación con Juanjo, no había hecho más que intentarse cargar de argumentos para defender su razón.

Agustín lo intuyó y le propuso un pequeño ejercicio:


—Álex, tómate unos minutos y mira el conflicto con tu compañero. Pero esta vez hazlo mirándolo desde fuera, como si se tratara de una película. Mírate a ti y a tu compañero como estáis discutiendo, y con esa mirada externa trata de comprender a ambos protagonistas.

Álex se puso a ello y pasaron unos minutos hasta que dio respuesta a la propuesta de Agustín.


—Realmente veo las cosas distintas. Empiezo a comprender algunas cosas más de lo que ocurrió, y creo que ahora sí puedo decir, honestamente, que no estoy enfadado con mi compañero—, contestó Álex.


—Pues sería un buen momento para hablar con él, porque desde este estado emocional tus sentimientos no te jugarán una mala pasada.

Álex reflexionó unos instantes y dijo:


Agustín, es realmente muy curioso, pero cuando pienso en hablar con él ahora me ocurre una cosa y es que ya no siento la necesidad de hacerlo.


Esta es la magia de resolver los conflictos dentro de nosotros: que cuando somos capaces de hacerloa menudo ya no necesitamos resolverlos con el otro—, puntualizó Agustín con agrado al comprobar que Álex había captado su mensaje

Álex, mirando al infinito, saboreó estas últimas palabras de Agustín. ¡Qué gran verdad! ¡Cuántos conflictos seguro que eran ciertamente solo suyos!

Moraleja: Doble lectura la que se puede extraer de este relato. Por un lado nos recuerda que la manera de afrontar los problemas es más importante que los propios problemas. Es decir, sobre todo depende de nuestra disposición. Y esa se halla dentro de nosotros.

La segunda conclusión que nos deja el cuento es que debemos medir nuestras palabras, porque un pequeño debate puede acabar derivando en un conflicto de proporciones insospechadas en función del trato que le demos y los términos en que nos dirijamos a nuestro interlocutor.

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