Con “La rosa y el sapo” recuperamos el discurso que incide en la importancia que tienen en nuestras vidas aquellos con quienes convivimos a diario, por más que les creamos insignificantes.
Había una vez una rosa roja muy bella. Se sentía de maravilla al saber que era la rosa más bella del jardín. Sin embargo, un día cayó en la cuenta de que la gente siempre se detenía a contemplarla de lejos. Se dio cuenta de que a su lado había un sapo grande y oscuro día y noche, y que era por eso que nadie se acercaba a verla de cerca.
Indignada ante lo descubierto le ordenó al sapo que se fuese de inmediato. El sapo, muy obediente, le respondió:
—Está bien si así lo quieres.
Transcurrido un tiempo el sapo pasó por el lugar donde antes estaba él y en el que aún seguía la rosa, y se sorprendió al ver a esta totalmente marchita, sin hojas y sin pétalos. Dirigiéndose a su antigua vecina le dijo:
—¡Hola! ¡Qué mal se te ve! ¿Qué te ha pasado?
La rosa le contestó:
—Es que desde que te fuiste las hormigas me han comido día a día y nunca pude volver a ser igual.
El sapo entonces le respondió:
—¡Claro! Cuando yo estaba aquí me comía a esas hormigas y por eso siempre eras la más bella del jardín.
Moraleja: Muchas veces despreciamos a los demás por creer que somos más que ellos o simplemente no nos son de utilidad.
Todos tenemos algo que aprender de los demás y algo que enseñar, lo que supone que nadie debe despreciar a nadie, no vaya a ser que quien sea objeto de nuestro desprecio nos haga un bien del cual no seamos concientes.