AJEDREZ EDUCATIVO – La lentitud del impaciente

En numerosas ocasiones el entusiasmo nos empuja hacia la prisa y la precipitación. La lección que hoy nos enseña “La lentitud del impaciente”, nuevo relato corto de Francesc Miralles, es de aplicación también al ajedrez. Respetemos los tiempos.

Al detenerse el tren Eva leyó el nombre de su estación de destino. Había llegado. Tras saltar del vagón preguntó por el maestro Wei con una frase que había memorizado. Los campesinos que rondaban por el apeadero señalaron diferentes lugares en las colinas circundantes, sin ponerse de acuerdo. Finalmente, un joven que hablaba un poco su idioma le dijo:

—No se preocupe por encontrar al maestro. Si ha decidido recibirla, él la encontrará a usted.

Tras ese mensaje inquietante Eva comprobó asustada que la estación se vaciaba de viajeros. Empezaba a caer la tarde y no pasaría otro tren hasta el día siguiente. Aferrándose a las palabras del joven cargó su mochila al hombro y se internó por el único sendero que partía del apeadero. Mientras atravesaba los campos en busca de la casa de Wei su enfado crecía. Y es que, tras pagar en su ciudad un mes intensivo con aquel maestro en artes marciales había anunciado el día de su llegada, pero nadie había ido a buscarla. En medio de estos pensamientos vio a un anciano escuálido inclinado sobre un seto de flores silvestres y se dirigió a él. Al preguntarle por el maestro Wei, el campesino le contestó:

—Soy yo. ¿En qué puedo ayudarla?

Asombrada, Eva le explicó atropelladamente que llevaba años practicando aquella disciplina de artes marciales y que su instructor le había recomendado que trabajara aquel mes intensivo con él antes de prepararse para la maestría.

Entiendo que no le avisaron de que venía hoy—, concluyó Eva para disculparle.

—Sí me avisaron. Tu habitación está lista. La compartirás con otros tres discípulos que ahora están preparando la cena.

Eva no podía creer lo que estaba oyendo. Saltándose el respeto que un aprendiz debe a su maestro repuso:

—Si le avisaron ¿cómo es que nadie me ha venido a buscar a la estación?

—Eres lo bastante despierta para hallar el camino—, respondió el maestro.

—Pero, sin ninguna indicación, podría haber tardado mucho en encontrarle. O en que usted me hubiese encontrado a mí.

—Es posible, pero, ¿qué prisa hay?—, apostilló el viejo profesor.

Escandalizada, la discípula no dudó en contestar:

—Según mi inscripción el curso tiene su inicio hoy.

 —Tal vez ya ha empezado y tú no te has dado cuenta—, replicó el anciano.

Al acabar esta charla desconcertante el maestro la citó para después de la cena y la llevó hasta la casa donde residían los alumnos. Eva se relajó ante la bella simplicidad de las habitaciones y la armonía de aquel lugar. Mientras deshacía su mochila y conocía a sus compañeros iba pensando con entusiasmo en las preguntas que formularía al maestro.

Llegada la hora se reunieron todos alrededor de Wei, que, con una taza de té en la mano, atendía a las dudas de los discípulos. Tras resolver varias consultas sobre movimientos y cómo acompasar la respiración Eva levantó la mano:

—Me han dicho que, tras este mes intensivo, si recibo clases dos días por semana, en un año alcanzaré la maestría.

—Así es—, asintió Wei.

—En ese caso estoy pensando en asistir a clase todos los días de la semana, a mi regreso—, añadió Eva.

En ese caso tardarás dos años en alcanzar la maestría. Y cuatro si vas mañana y tarde—, contestó su maestro.

Los alumnos estallaron a reir pero Wei les hizo callar. Su rostro grave expresaba que no había gastado ninguna broma.

—La impaciencia y la ansiedad no aceleran el curso de las cosas sino todo lo contrario. Imaginad que tirarais del tallo de una flor para que creciera más rápido. Al final se rompería y tendríais que plantarla de nuevo—, apostilló Wei.

Moraleja: No se puede forzar el ritmo de la vida. Cuanta más prisa tengas más lento avanzarás, porque, si te has equivocado por mor de las prisas, tal y como suele suceder, tendrás que parar o incluso deshacer el camino andado. Cada cosa a su tiempo y un tiempo para cada cosa. Y es que todo en esta vida necesita sus plazos y tiempos.

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