AJEDREZ EDUCATIVO – La gota que colma el vaso

Si no queremos herir al prójimo es necesario que previamente pensemos mucho lo que vamos a decirle. Recuerda que las palabras ofensivas son hirientes. Pero tan importante o más que las propias palabras y el tono que empleemos es saber cómo hacer llegar a los demás nuestro descontento. ¿Y cómo es eso? En “La gota que colma el vaso” hallarás la respuesta.

En casa de Lourdes y Mario había estallado la guerra. Tras un año saliendo, habían bastado dos meses de convivencia para que la armonía saltara por los aires.

Estoy harta de que cada día dejes el plato y la taza del desayuno sin lavar. Luego tengo que venir detrás limpiando. Que vayas pronto a la oficina no significa que yo sea tu criada—, le recriminaba ella en la puerta.

—Pero, ¿de qué me hablas? Yo no te he dicho que laves nada. Simplemente por la mañana voy justo de tiempo y prefiero hacerlo por la noche—, se defendía Mario.


—Claro; como tú comes con tus colegas en la oficina… Pero yo almuerzo aquí y no me gusta encontrarme la cocina sucia—, replicó Lourdes.


—Si eres una enferma de la limpieza es tu problema, no el mío—, respondió Mario.

Tras una semana de rifirrafes, el sábado Lourdes estaba retocando fotos en el ordenador cuando se fueron las luces de la casa, justo cuando Mario activaba su cinta para correr.


—¡Oh, no!. ¿Cómo se te ocurre enchufar esa máquina mientras estoy trabajando? Y has conectado también la cámara de vídeo en un trípode. ¡No puede haber tantas cosas enchufadas!—, gritó ella.


—¡La cámara va con pilas, boba! Solo quería ver luego si, al correr, tengo la postura que me señaló mi entrenador—, apostilló él.


Tú sí que eres bobo. ¡Te acabas de cargar tres horas de mi trabajo!—, le reprochó Lourdes.


Esto es la gota que colma el vaso. Si tuviéramos el fin de semana libre, como una pareja normal, no tendría que correr sobre esta estúpida cinta—, dijo Mario.


—Podías haber salido a correr mientras yo acababa esto. La entrega es esta tarde y ahora tengo que empezar de nuevo—repuso ella con lágrimas en los ojos.

Hecha una furia, se encerró en el aseo mientras Mario devolvía la luz al apartamento. Desanimado, conectó la cámara al televisor. Entonces se percató, avergonzado, de que había grabado toda la discusión. Los gritos en la pantalla alertaron a Lourdes, que se sentó a su lado en el sofá como si estuviera viendo a dos desconocidos.

—Somos dos energúmenos. Y lo peor es que todos esos reproches no sirven de nada. Porque lo que en realidad nos queremos decir es otra cosa—, comentó Mario, azorado como ella.


—¿Qué cosa, Mario?


—No sé dónde oí decir aquello de que toda queja oculta una necesidad. Al quejarte, el otro se pone a la defensiva. Pero si expresas tu necesidad, el resultado es muy distinto—, explicó Mario.


—La teoría está bien… Pero, ¿Y si apagas la tele e intentamos llevarlo a la práctica?—, sugirió ella.

—¿Cómo?—, preguntó Mario con sumo interés.


—En vez de quejarnos, como hasta ahora, ¿puedes expresarme tu necesidad? Luego lo haré yo.

Mario respiró hondo y, dirigiéndose a Lourdes, le dijo:


—Sé que tienes muchas entregas, pero me gustaría compartir el fin de semana contigo. Te echo de menos.


—Tienes razón. Si puedes ser más ordenado en casa ganaré tiempo para nosotros. Yo también necesito estar contigo, aunque últimamente he sido una cascarrabias—–repuso ella, bajando la cabeza.

Los dos se pusieron a reír y supieron que, desde aquel día, todo iba a cambiar.

Moraleja: Sé lo suficientemente inteligente para plantear tus quejas, reproches y descontento de manera que no parezcan tales; poniendo en valor las virtudes de tu interlocutor. Aunque para que la recete funcione también es preciso que seas humilde y te despojes de tu orgullo.

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