Turno esta semana para una de las fábulas más famosas de Esopo, de la que La Fontaine y Samaniego escribieron sendas versiones. Todos hemos leído o escuchado en boca de nuestros mayores “La gallina de los huevos de oro”. Pero siempre es buen momento para recordar su enseñanza y tener presente que desear “de más” casi siempre acaba resultando mal.
Una pareja humilde habitaba en una granja a las afueras de la ciudad. Su labor diaria consistía en la comercialización de productos en el pueblo, principalmente de los animalitos que criaban.
Un día sucedió algo inesperado. Les nació un pollito de hermoso plumaje, que con el pasar del tiempo se convirtió en gallina. Muy sorprendidos y orgullosos por este hecho, esperaron con ansias su primer huevo. Y cuando este llegó el granjero quedó completamente atónito. La gallina había puesto un huevo extraño, fuera de orden. Enseguida corrió a enseñárselo a su esposa.
—¡Mi amor, mira! ¡La gallina puso un huevo dorado!
La esposa sorprendida, contestó:
—¡Pero si es un huevo de oro! ¡Increíble!
De inmediato ambos tuvieron una visión: ¿Cómo sería contar con muchos huevos de oro? Y es así cómo empezó a crecer su ambición.
La gallina siguió poniendo huevos de oro día tras día, llenando al matrimonio de alegría. Gracias a ello pudieron remodelar su granja, comprar más animales y prosperar económicamente. Pero su deseo no se quedó allí…
—Querida, he estado pensando en algo. Si la gallina pone un huevo de oro cada día, ¿cómo será su interior? ¿Te imaginas todo lo que conseguiríamos comprar y crecer sin esperar tanto tiempo?—, le dijo el granjero a su mujer.
—No puedo imaginarlo, ¡pero tenemos que descubrirlo! Ya me veo comprando otra casa y viajando por el mundo a aquellos lugares de los que siempre hemos hablado tanto—, contestó su esposa.
Entonces, ¡matemos la gallina y descubramos la mina de oro que lleva dentro!—, exclamó el granjero con un tono bastante orgulloso.
Y aunque lo que tenía que pasar era más que lógico su codicia los cegó y no los dejó tranquilos: al sacrificar al pobre animal notaron que no tenía oro dentro. Su decepción entonces fue enorme y su arrepentimiento tardío para poder enmendarlo. Su desmedida avaricia malogró la fortuna que tenían.
Moraleja: La avaricia rompe el saco y en numerosas ocasiones va acompañada de la impaciencia. Aprende a ser paciente, que lo tenga que llegar llegará, y, sobre todo, a no desear exageradamente.