AJEDREZ EDUCATIVO – El viejo perro cazador

El relato corto con el que empezamos un nuevo mes, que lleva por título “El viejo perro cazador” nos recuerda que somos lo que somos gracias a otros que nos precedieron y sacrificaron los mejores años de su vida por darnos un futuro próspero. Seamos tan comprensivos como agradecidos con ellos.

Érase un hombre que vivía con su perro en el campo. Se había criado en las montañas y era muy aficionado a la caza. Por supuesto, el can siempre le acompañaba, dispuesto a pasar un rato divertido con su querido dueño. Juntos paseaban, compartían la comida, bebían agua de fuentes naturales  y disfrutaban de largas siestas.

Mas no todo era descanso. Cuando tocaba, el perro se adelantaba a su amo y husmeaba el terreno en busca de posibles presas. Estaba atento a cualquier sonido  y vigilaba concienzudamente a su alrededor por si algún incauto animal se dejaba ver por allí. El amo confiaba plenamente en el instinto de su perro.

Con el paso de los años el perro envejeció. Dejó de ser fuerte y ágil y ya no estaba  dispuesto a salir disparado cuando veía a una liebre o una perdiz. Además, se quejaba de que los huesos le crujían al mínimo esfuerzo. Su tripa había engordado tanto que en cuanto corría un poco se sofocaba. Tampoco andaba ya muy bien de la vista y el oído le fallaba cada dos por tres. A pesar de todo, seguía sintiéndose un perro cazador y nunca dejaba que su amo saliera sólo al campo.

Una tarde, el perro avistó un magnífico ejemplar de jabalí. Levantó las orejas, miró a su amo de reojo y salió corriendo lo hacia la presa. El jabalí no lo vio llegar y, de repente sintió cómo unos colmillos se le clavaban en su oreja. Pero los dientes del perro ya no eran afilados y fuertes como antaño. Tenía la boca medio desdentada y la mandíbula había dejado de ser un implacable cepo. Por mucho que gruñó y apretó el jabalí dio un par de sacudidas y escapó con una leve herida.

En ese momento apareció el dueño; encontró al perro jadeando. Casi no podía respirar de tanto esfuerzo que había hecho. Pero en vez de conmoverse le reprendió.

—¡Eres un desastre! ¡Se te ha escapado el jabalí! ¡Ya no sirves para cazar!

El animal le miró lastimosamente y le dijo:

—Querido amo: No he dejado escapar a ese hermoso ejemplar de jabalí por gusto. Quise retenerlo, como hacía en mis años mozos. Pero por mucho que lo desee mis facultades no volverán a ser las mismas. Sigo siendo el mismo perro fiel y cariñoso de siempre con el que has pasado tan buenos ratos pero ahora soy mayor y mi cuerpo ya no responde como cuando era joven. Debes recordar lo que he sido para ti, todo lo que hemos vivido juntos, en vez de increparme porque ahora las fuerzas me fallen.

Moraleja: Respeta siempre a los ancianos. Aunque su cuerpo haya envejecido siguen siendo las mismas personas de siempre, llenas de sentimientos y experiencias, además de un pozo de sabiduría. Se merecen más que nadie que reconozcamos todo lo que han hecho por nosotros a lo largo de su vida.

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