AJEDREZ EDUCATIVO – El tigre negro y el venado blanco

“Hablando se entiende la gente” es un dicho que  se sustenta en el incuestionable poder de la palabra como herramienta para el entendimiento. ¡Cuántos conflictos se podrían haber evitado con un diálogo previo! Por ejemplo, el que mantuvieron los protagonistas de nuestro relato semanal, titulado “El tigre negro y el venado blanco”.

Hace muchos años vivían en el Amazonas un tigre negro y un venado blanco. Ninguno tenía hogar así que hacían su vida al aire libre y dormían al raso. Con el tiempo el venado empezó a echar de menos cobijarse bajo techo y decidió construir una cabaña. Para ello eligió un claro del bosque y planificó el trabajo, fijando como primer objetivo mordisquear la hierba hasta dejar el terreno liso. Trabajó duramente toda la jornada y cuando hubo cumplido su propósito se tumbó a dormir.

No podía imaginar que el tigre negro, también harto de vivir a la intemperie, había tenido la misma idea y, casualmente, había escogido el mismo lugar para construir su hogar. Llegó al claro del bosque cuando salía la luna y se sorprendió al ver que en el terreno no había hierbajos.

—¡Qué extraño! Conozco bien este sitio y siempre ha estado cubierto de malas hierbas. Ha debido ser el dios protector de los animales, Urcuchillay, que ha querido ayudarme y lo ha alisado para mí

Seguidamente se puso manos a la obra; cogió palos y piedras y los colocó sobre la tierra para montar un suelo firme y resistente. Al acabar se marchó. Por la mañana, el venado volvió para continuar la tarea y se quedó sorprendido.

—¿Cómo es posible que ya esté colocado el suelo de la cabaña? Supongo que Urcuchillay se habrá acordado de mí.

Muy contento empezó a arrastrar troncos para levantar las paredes de las habitaciones. Trabajó sin descanso y cuando empezó a oscurecer se fue a buscar algo para cenar ¡Quería acostarse pronto para poder madrugar!

Ya entrada la noche llegó el tigre negro. Como todos los felinos veía muy bien en la oscuridad  y para él no suponía un problema trabajar sin luz. Se quedó con la boca abierta  cuando vio las paredes perfectamente erguidas sobre el suelo.

—¡Urcuchillay ha vuelto a ayudarme construyendo las paredes! En cuanto monte el tejado la daré por terminada.

Colocó grandes ramas de lado a lado sobre las paredes y luego las cubrió con hojas. Había terminado el tejado y la cabaña. Satisfecho, aunque agotado, se decidió a estrenar su nueva habitación. Bostezando, entró en una de las dos estancias y se tumbó hasta que le venció el sueño. Tan cansado estaba que no se enteró de la llegada del venado al amanecer ni pudo ver su cara de asombro cuando contempló la obra totalmente terminada.

—¡Qué generoso eres, dios Urcuchillay! ¡Has colocado el tejado durante la noche! ¡Gracias!—, exclamó feliz el ciervo antes de entrar en la habitación vacía y quedarse también dormido.

Al día siguiente el sol despertó a los animales. Ambos salieron de su cuarto a la vez y se encontraron cara a cara. Se asustaron mucho y quedaron paralizados, mirándose con la cara desencajada y el pelaje erizado, pues eran enemigos naturales y estaban bajo el mismo techo. Pero ninguno atacó al otro; solo permanecieron un largo rato observándose hasta que cayeron en la cuenta de lo que había sucedido. Sin saberlo habían hecho la cabaña entre los dos.

El venado, intentando mantener la tranquilidad, le dijo al tigre negro:

—Ya que tenemos el mismo derecho sobre este hogar, ¿qué te parece si lo compartimos?

—Me parece justo y muy práctico. Si quieres, cada día uno de nosotros saldrá a cazar para traer comida a casa, mientras el otro puede ocuparse de hacer las faenas diarias del hogar—, respondió el felino.

Chocaron sus patas para sellar el acuerdo y empezaron a convivir llenos de buenas intenciones. Lo primero era conseguir comida y por sorteo le tocó salir a cazar al tigre. Regresó una hora después con una presa que al venado no le hizo nada de gracia porque era un ciervo blanco como él, que, por descontado, no quiso probar. Se fue a su habitación disgustado y no pudo pegar ojo. Se sentía muy intranquilo al pensar que el tigre había cazado un venado como él. ¿Y si un día al tigre se le daba por atacarle?

Sin poder conciliar el sueño en toda la noche se levantó al alba porque le tocaba salir a buscar alimento. Al rato se encontró con unos amigos que le ayudaron a montar una trampa para atrapar un tigre. Cuando llegó a casa con la presa su compañero se quedó sin habla y, por supuesto, se negó a hincarle el diente. A continuación, con un nerviosismo indisimulado, se fue a su cuarto.

—Este venado parece frágil pero ha sido capaz de cazar un tigre de mi tamaño ¿Y si se lanza sobre mí mientras duermo? No debo confiarme que las apariencias engañan.

La noche se apoderó del bosque. Todos los animales dormían plácidamente  menos el venado y el tigre, que no pudieron conciliar el sueño porque ninguno se fiaba del otro. Entrada la madrugada, cuando nadie lo esperaba, se oyó un ruido ensordecedor. Ambos, que llevaban horas en tensión, al escuchar el estruendo salieron huyendo en direcciones opuestas sin pararse a comprobar de dónde provenía el sonido. Tanto uno como otro pensaron que su amigo quería atacarlo.

El tigre negro y el venado blanco nunca más volvieron a encontrarse porque los dos se aseguraron de irse bien lejos el uno del otro. El tigre trató de rehacer su vida en la zona norte, pero siempre se sentía más triste de lo normal porque echaba de menos al ciervo:

—¡Qué pena acabar así! Nos llevábamos muy bien. Jamás le habría hecho daño, pero no puedo decir lo mismo de él.

Por su parte, en la otra punta del bosque, en la zona sur, el venado se lamentaba sin cesar:

—¡Qué simpático era el tigre! Formábamos un gran equipo y podríamos haber sido grandes amigos. Nunca le habría lastimado pero a lo mejor él a mí sí. Y ya se sabe que más vale prevenir.

Y así fue cómo cada uno tuvo que volver a buscar un claro en el bosque para hacerse una nueva cabaña, esta vez de una sola habitación.

Moraleja: Si el tigre y el venado hubiesen hablado en vez de desconfiar el uno del otro habrían descubierto que ninguno tenía nada que temer porque ambos eran de fiar y se apreciaban mutuamente. Este cuento nos enseña que nuestra mejor arma es la palabra. Decir lo que sentimos o lo que nos preocupa a nuestros amigos es lo mejor para vivir tranquilos y en confianza.

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