AJEDREZ EDUCATIVO – El rey con muletas

De imposiciones y órdenes abusivas, miedos y temores y libertades trata el relato corto de esta semana, titulado “El rey con muletas”, cuya lectura es altamente recomendable por la enseñanza vital que nos deja.

En un lejano país el rey de aquellas tierras cayó́ de su caballo y se lastimó́ severamente. Tan grave fue la lesión que perdió́ para siempre el uso de las piernas y se vio obligado a andar, desde entonces, con muletas.

El rey era joven y arrogante y se sentí́a disminuido frente a sus súbditos. Y no podía tolerarlo:

—Si no puedo ser como ellos haré́ que ellos sean como yo—, se dijo.

Acto seguido ordenó bajo pena de muerte que nadie debíá volver a caminar sin muletas jamás.

Los habitantes del reino, temerosos de la crueldad de su soberano, acataron la orden sin protestar. De un día a otro las calles se llenaron de inválidos y tullidos.

El rey vivió muchos y largos años. Nuevas generaciones nacieron y crecieron sin jamás haber visto a alguien caminar libremente. Y los ancianos fueron desapareciendo sin atreverse a hablar de sus antiguos paseos por miedo a sembrar en los jóvenes el peligroso deseo de lo prohibido. Caminar pasó a ser solo un sueño de ebrios trasnochados, una fantasía de niños o una chochera de viejos. Finalmente, el rencoroso rey murió́.

Aunque algunos ancianos intentaron dejar las muletas, no pudieron volver a caminar. Los músculos de sus piernas habían perdido la fuerza y no podían ya sostener su peso.

No demasiado lejos de allí, en la cima de una montaña, vivía un anciano solitario cuyas piernas se habían mantenido fuertes, pues en sus silenciosos y furtivos paseos por el bosque había continuado caminando sin el sostén de las muletas.

En cuanto oyó la noticia arrojó́ las muletas al fuego y bajó́ hasta el pueblo, decidido a compartir con otros la recién recuperada libertad. Pronto descubrió́ que nadie recordaba ya el antiguo arte de caminar. Instó́ a otros a que lo imitaran, mostrándoles que era posible.

Mirad. Es sencillo. Tan sólo hay que soltar las muletas y sostenerse sobre los pies. Luego se da un paso y luego otro—, les dijo.

Los niños y  jóvenes lo miraron maravillados al comienzo, pero luego, cuando se propusieron intentarlo, hubo múltiples caídas, fuertes golpes, heridas y hasta alguna fractura.

Vinieron entonces los adultos y expulsaron al anciano:

—Vete de aquí ¿No ves el daño que les causas? ¡No llenes sus jóvenes cabezas con tus absurdas fantasías!No te queremos más con nosotros.

El anciano regresó́ a su cabaña apenado por la certeza de que, pronto, todo lo que sabía se perdería para siempre.

A la mañana siguiente ocho jóvenes, apoyados sobre sus muletas, llamaron a su puerta.

—Maestro: quisiéramos aprender de usted. Nos gustaría que nos enseñe a caminar sin muletas—, le dijo uno de ellos.

El anciano rio para sus adentros y les respondió:

—Yo no soy un maestro. Sólo soy un hombre con memoria que se ha mantenido fiel a sí mismo y no se ha dejado doblegar por el miedo.

Enséñanos eso, entonces—, le suplicaron.

El anciano aceptó a los jóvenes bajo su tutela y, sin saber muy bien cómo hacerlo, comenzó́ a enseñarles a caminar sin otro apoyo que sus propias piernas.

Y así, mientras en el valle hombres y mujeres seguían llevándose a sí mismos con sus muletas, allí́, en las montañas, nació  un nuevo poblado. Una comunidad en la que los niños corrían y saltaban. Una ciudad en la que los jóvenes andaban cogidos de las manos y todos se reunían a menudo con la sola intención de compartir una caminata.

Moraleja: Seamos lo suficientemente valientes para superar las imposiciones externas y nuestros miedos y así poder conectar con nuestra auténtica libertad.

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