Ajedrez educativo – El reflejo de tus actos

Recibir aquello que damos, máxima vital que algunos llaman karma. Por eso, si queremos cosechar debemos sembrar antes, actuando con el prójimo del mismo modo que nos gustaría que nos tratasen. El contenido del primer relato corto del año, titulado “El reflejo de tus actos”, explica esa regla no escrita que te enseña la vida.

En un pequeño y lejano pueblo había una casa abandonada a las afueras del mismo. Era grande, de dos alturas, tenía el suelo de madera, los cristales de las ventanas rotos y aspecto tenebroso por estar sucia y descuidada tras llevar años deshabitada.

Cierto día, un perrito, buscando refugiarse del sol, logró meterse por un agujero de una de las puertas de la vivienda.

El pequeño perro, apenas un cachorro, subió lentamente las viejas escaleras. Una vez hubo llegado a la planta superior se topó con una puerta semiabierta que daba a una habitación. Lentamente, se adentró en ella.

Para su sorpresa, se dio cuenta de que dentro de ese cuarto había cien perritos más, observándolo tan fijamente como él los observaba a ellos. Comenzó entonces a mover la cola y a levantar sus orejas poco a poco. Todos los demás perritos hicieron lo mismo.

A renglón seguido sonrió y le ladró alegremente a uno de ellos. El cachorro se quedó sorprendido al ver que los cien canes también le sonreían y ladraban contentos, tal y como él había hecho.

Cuando el simpático perro salió del cuarto se quedó pensando para si:

—¡Qué lugar tan agradable! Voy a venir más seguido a visitarlo.

Semanas después otro chucho callejero entró a la casa abandonada, subió las escaleras y entró en la misma habitación donde había estado el primer perro.

Al ver a los otros cien perritos en el cuarto se sintió amenazado y empezó a gruñir. Los pequeños animales respondieron al unísono devolviéndole los gruñidos en señal de desaprobación.

El enfado del perro callejero fue creciendo y de los gruñidos pasó a ladrarles enfurecido. Los otros cien perritos le ladraron también a él, mostrándole los colmillos, con cara amenazante.

Atemorizado, decidió salir del cuarto, y mientras abandonaba aquel lugar pensaba:

—¡Qué sitio tan horrible es éste! ¡Nunca más volveré a entrar!

Enfrente de la casa abandonaba había un viejo letrero con un rótulo: “La casa de los cien espejos

Moraleja: Todos los rostros del mundo son espejos. Decide qué cara ofrecer a los demás para obtener de ellos la misma respuesta. Recuerda: no eres responsable de la cara que tienes pero sí de la cara que pones.

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