El relato corto de esta semana es un cuento del argentino Jorge Bucay, que nos invita a reflexionar sobre la importancia de dos valores esenciales en la vida: la solidaridad y la empatía. Pensar en el prójimo significa pensar en nosotros mismos
Un hombre que viajaba mucho y había vivido muchísimas experiencias contó una vez esta historia, sobre algo extraño que le sucedió.
De entre todos los países que había visitado recordaba de forma especial el país de las cucharas largas. Había llegado allí de casualidad. En realidad se dirigía a otro lugar, pero en un cruce de caminos, torció hacia el país de las cucharas largas.
Al final del camino se encontró con una casa enorme. Aparcó el coche y salió. Delante de la casa había un cartel que decía: país de las cucharas largas. En la casa solo había dos habitaciones: una negra y una blanca. Un largo pasillo conducía hasta ellas. A la derecha se encontraba la habitación negra y a la izquierda, la habitación blanca.
Primero torció hacia la habitación negra, pero de pronto, y antes de llegar a una puerta muy alta, escuchó algunos quejidos y gritos lastimeros:
—¡Ayyyyy!—, gritaban desde el otro lado de la puerta.
Los quejidos y gritos de dolor le hicieron dudar, pero siguió adelante, y al entrar, se encontró una mesa muy larga, con cientos de personas alrededor. El centro de la mesa estaba lleno de fantásticos manjares, los platos más suculentos que podía imaginar. Pero, aunque cada uno tenía una cuchara con el mango muy largo atada a la mano, todos se morían de hambre. ¿La razón? Tenían unas cucharas cuyo mango era el doble de la longitud del brazo. Todos alcanzaban a la comida mas luego no podían llevársela a la boca. La situación era desesperante ylos gritos de angustia y hambre de las personas, le hicieron alejarse a grandes zancadas de allí.
Entonces fue a visitar la habitación blanca, justo al lado opuesto. Lo primero que le llamó la atención al avanzar por el largo pasillo fue el silencio. No escuchaba gritos ni lamentos. Cuál fue su sorpresa al entrar y ver, igual que en la otra sala, una enorme mesa con deliciosos manjares en el centro y a todos los comensales con la misma cuchara larga atada a las manos. Sin embargo, no se morían de hambre porque cada uno cogía el alimento del centro y le daba de comer a la persona que tenía enfrente. De esa forma todos podían comer.
Moraleja: ¿Imaginas un mundo que prefiere morir de hambre antes de ayudar a no morir al otro? En realidad, ese mundo tan egoísta existe, muy a nuestro pesar.
Bucay nos plantea una reflexión sobre dos posibles mundos:
a) Uno, egoísta, donde las personas solo piensan en ellas, incapaces de fijarse en las necesidades de los otros.
b) Otro, solidario, donde todos colaboran y se ayudan mutuamente, con lo que al final, y esta es la moraleja que nos deja el cuento, salen beneficiados.