No podemos pretender caer bien a todos ni que todos nos caigan bien. Pero en ocasiones alguien no acaba de entrarnos por los ojos sin saber el motivo exacto de nuestro rechazo. La explicación está más cerca de lo que pensamos. Francesc Miralles nos lo explica a través de su relato “El otro como espejo”.
Carla y Judit habían entrado a trabajar de telefonistas en HumanKey con apenas un mes de diferencia. Pese a la crisis la respuesta había sido tan buena que tras Carla hubo que contratar a Judit para atender las llamadas. Sobre el papel habían dado con la dupla perfecta; en la práctica, algo se estaba pudriendo en aquel frente clave para la oficina.
La primera señal de preocupación saltó cuando la gerente detectó un extraño silencio entre aquellas dos mujeres. Nunca se las veía compartir un café y apenas intercambiaban algunos monosílabos durante la jornada. La crisis definitiva explotó una mañana, cuando Carla fue descubierta llorando en el lavabo mientras su teléfono no cesaba de sonar. Judit tampoco parecía encontrarse en su mejor día, pues se equivocó al redireccionar dos llamadas.
Ante aquella situación y sin más demora la gerente convocó al jefe de personal para pedirle explicaciones.
—No entiendo lo que está pasando. Ambas empleadas tienen un currículum intachable. No me consta que ninguna de ellas sea conflictiva—, explicó el hombre.
—En este caso, quiero hablar individualmente con cada una de ellas—, añadió la gerente.
La primera en entrar al despacho fue Carla. Tras estudiarla con atención, la máxima responsable de la agencia decidió tomar el toro por los cuernos:
—Creo que has tenido un mal día, Carla. Me gustaría saber si puedo ayudarte de alguna manera—, le dijo.
—No sé cómo explicarlo. Siento mucho haber abandonado mi puesto. No volverá a suceder—, se disculpó Carla.
—Tampoco Judit ha estado muy fina. Ha pasado dos veces a nuestro mejor cliente con el departamento equivocado—, apostilló la gerente.
—Judit es una gran extraordinaria. Seguro que este lapsus tampoco se volverá a repetir—, se apresuró Carla a defenderla.
—No es el error lo que me preocupa sino que es obvio que no os lleváis bien. Esa actitud se acaba transmitiendo a los clientes, que acuden a nosotros en busca de soluciones, no de problemas—, le explicó la gerente.
—Lo entiendo. Y nada de esto sucedería si no fuera porque… Sí, estoy convencida de que Judit me odia—, afirmó Carla.
—¿Cómo has llegado a esta conclusión?—, le preguntó la ejecutiva.
—Desde el primer día que llegó me ha tratado como a una enemiga. Es muy fría conmigo y todo parece molestarle, incluso mi tono de voz al atender a los clientes. He tratado de entenderme con ella pero es imposible. Está todo el día de mal humor y cuando intento ser amable me rehuye la mirada. No hay duda de que me odia—, explicó Carla.
Minutos más tarde la gerente recibió en su despacho a Judit. Su voz diáfana se hizo oír antes de que su jefa la interpelara:
—Siento mucho haber estado tan torpe esta mañana. No volverá a ocurrir—, dijo avergonzada.
—Acabas de hablar con las mismas palabras que Carla. ¿Por qué la tratas con tanta frialdad? ¿No te cae bien?
—Desde que llegué he intentado ser su amiga pero me rehuye la mirada. Todo de mí le molesta, incluso mi voz. Me odia.
La gerente tuvo que contener una sonrisa al llamar al jefe de personal para que volviera a citar a Carla. Ahora ambas telefonistas estaban sentadas ante su jefa a la espera de lo que temían: un posible despido para las dos.
—Vuestros roces no se deben a diferencias de carácter, sino a todo lo contrario: sois demasiado iguales—, les comentó.
—¿Qué quiere decir con eso?—, preguntó Carla mirando aturdida a su compañera.
—Las dos sois muy sensibles, ordenadas y cumplidoras al máximo, lo cual es positivo para la buena atención al cliente, pero vuestro punto débil es que os ofendéis demasiado rápido y sospecháis hasta de vuestra sombra. Seguro que si indagara en vuestras vidas hallaría muchas más afinidades. ¡Si hasta habéis utilizado las mismas palabras para hablar del conflicto! ¿Por qué no resolvéis vuestras diferencias, o mejor dicho, vuestras coincidencias mañana jugando al tenis?
Las operadoras se sorprendieron a la vez ante aquella idea, aunque era cierto que a las dos les encantaba el tenis.
—Resumiendo. Si no queréis jugar al tenis no lo hagáis, Pero entonces salid a cenar esta noche y compartid una botella de vino. Estoy segura de que lo vais a pasar en grande—, concluyó la gerente.
Moraleja: Sólo nos molesta de los demás lo que también hay en nosotros. Quien parece un enemigo es, en realidad, un espejo que nos muestra cómo somos. Por otro lado, lo que nos separa es lo que verdaderamente nos une. Polos del mismo signo se repelen. Polos de distinto signo se atraen.