Érase una vez un gran y fuerte oso que, presumiendo de su fuerza y gran tamaño, se autoproclamó rey del bosque. Para él, todos los animales y todas las plantas debían obedecerle sin rechistar ni un instante y que en caso contrario éste se los comía sin esperar ni un segundo.
Todos los animales estaban aterrados, nadie podía enfrentársele porque cualquiera que lo hacía acababa devorado. Todos los animales debían obedecer en cada una de sus exigencias si no querían acabar dentro del estómago del rey oso.
Pero un buen día, durante la temporada de caza. Un cazador salió a cazar ciervos cuando se encontró con el rey oso cerca del rio. El rey oso, en vez de salir huyendo del cazador, decidió enfrentarse a él.
-Es un pequeño humano- dijo el oso presumido- solo me tomará un segundo matarlo y devorármelo. Terminando este pensamiento dentro de su cabeza, salió en carrera contra el cazador. El cazador, sin miedo del oso y desafiándolo, apuntó con su escopeta y le dio un tiro de escopeta en el hombro derecho del oso.
El oso, herido y muy mal parado, huyo del lugar atemorizado. Tardo varios meses en curar sus heridas y muchos más para volver a caminar con regularidad. Se encerró en su cueva y a partir de entonces dejó su reinado del bosque. Entendiendo que, tarde o temprano alguien tendría el mismo poder para enfrentársele y ganarle.
El bosque, después del incidente del cazador y el oso, volvió a la paz.
FIN