AJEDREZ EDUCATIVO – El mono y la naranja

El relato corto de esta semana, titulado “El mono y la naranja”, es una adaptación de una fábula de Godofredo Daireaux, escritor francés del s. XIX, afincado desde joven en Argentina. Se incide en algo que frecuentemente nos ocurre a todos y que no es más que una mala praxis en la gestión de nuestros quehaceres. Y naturalmente los resultados no suelen ser satisfactorios.

Érase una vez un mono que más bien parecía una mula de lo terco que era. Una mañana se empeñó en pelar una naranja mientras se rascaba la cabeza porque le picaba mucho. Como tenía las dos manos ocupadas rascándose cogió la naranja con la boca, la dejó caer al suelo, se agachó y tiró de la cáscara con sus dientes.  Al primer contacto le supo muy amarga y tuvo que escupir para quitarse el mal sabor de boca. Además, le produjo escozor en la lengua.

Después de cavilar unos segundos tuvo otra idea: pondría una pata sobre la fruta para sujetarla e iría despegando pequeños trozos de la corteza con una de las manos mientras con la otra seguiría rascándose. Enseguida tuvo que abandonar el plan porque la postura era demasiado incómoda, solo apta para contorsionistas.

No le quedaba otra que cambiar de estrategia. Se sentó en el suelo, cogió la naranja con la mano derecha, la colocó entre sus rodillas y continuó retirando la monda mientras no dejaba de rascarse con la otra mano. Por desgracia la estrategia también fracasó, pues la naranja se le escurrió y empezó a rodar por la hierba como una pelota. Para colmo la parte visible de la pulpa se llenó de tierra y restos de hojas secas.

Ni por esas dejó el mono de rascarse. Emperrado en hacer las dos cosas al mismo tiempo  agarró la naranja con una mano y la lavó en el río para quitarle la suciedad. A continuación puso sus labios sobre el trozo comestible e intentó succionar el jugo de su interior. De nuevo las cosas se torcieron: la naranja estaba tan dura que por mucho que apretó no pudo exprimirla bien.

A esas alturas estaba tan harto que lanzó la naranja muy lejos y se dejó caer de espaldas sobre la hierba, completamente deprimido.  Mirando al cielo y sin dejar de rascarse, pensó:

—No puede ser que yo,  uno de los animales más inteligentes del planeta, no consiga pelar una simple naranja.

Cuando ya lo daba todo por perdido, un rayo de luz pasó por su mente:

—¿Y si dejara de rascarme durante un rato para poder pelar la naranja con las dos manos? Tendría que aguantar el picor durante un par de minutos, pero supongo que podría soportarlo.

Razonar con sensatez le dio buen resultado. Fue a por la naranja, la cogió con la mano derecha, volvió a remojarla en el río para dejarla limpia y con la izquierda retiró la piel con facilidad.

—Lo cierto es que el asunto no era complicado. ¡El complicado era yo!—, exclamó el monito, que, ahora sí, continuó rascándose.

Moraleja: Si alguna vez tienes que hacer dos tareas lo mejor es que pongas toda la atención en una, la termines correctamente y luego realices la otra. De esta forma evitarás perder el tiempo de manera absurda y te asegurarás de que ambas salgan bien. Ya se sabe: el que mucho abarca poco aprieta.

× ¿Cómo puedo ayudarte?