Tras el explícito título “El mercader tramposo” se esconde un relato que nos enseña una de las reglas de oro, tal vez la primera y más importante, a aplicar en nuestra vida en sociedad y las relaciones con nuestros semejantes.
Érase una vez un mercader que recorría todos los pueblos y ciudades comprando cosas de muy mala calidad que vendía en otros sitios a precios muy altos haciendo pensar a la gente que eran muy buenas. No le importaba, pues entraba a un pueblo, vendía y seguía su camino, por lo que al darse cuenta sus clientes de que habían sido estafados él ya no estaba en el lugar y la gente no podía recuperar su dinero. Así era como amasaba una riqueza cada día más grande, haciendo trampas a la gente que le compraba su mercancía.
Llegaba a los pueblos gritando y convenciendo a todos para que llevaran algo de lo que él vendía:
—Venga, señor, no deje pasar esta oportunidad. Le traigo los mejores retazos de tela, las más finas. Las traigo desde muy lejos. Lo mejor y más barato.
De esa manera lograba convencer a la gente que sus telas, cintas y retazos venían de muy muy lejos y eran de la mejor calidad, cuando en realidad eran retazos tan malos que se rompían al menor esfuerzo.
Una tarde llegó a un pueblo donde había una feria. Pensó que ahí podría conseguir cosas muy buenas para revender a muy altos precios. Pero en cuanto entró vio unos mercaderes que vendían su carreta, muy grande, de madera, pintada de hermosos colores. Le gustó tanto que sin pensar caminó hasta ellos:
—¿En cuanto venden su carreta, amigos?—, preguntó entusiasmado.
—A muy buen precio, caballero. Ya no vamos a recorrer los pueblos y queremos una carreta más pequeña. Hagamos un trato: le cambiamos su carreta por la nuestra, nos da algo de dinero y ya es suya—, le respondieron.
El mercader pensó que era el mejor negocio de su vida. Su carreta, aunque aún servía, ya era vieja. Podría tener una carreta de colores vivos, mucho más grande y lo único que tenía que hacer era dar unas pocas monedas y su vieja carreta. Aceptó el trato e hizo el cambio.
Cuando emprendió su viaje, sin dinero porque se lo había dado a los hombres de la carreta que ahora era suya, comenzó a sentir que su cuerpo le picaba. Se detuvo a examinarla y se dio cuenta de que la carreta estaba llena de agujeros y polillas que devoraban la madera.
Muy molesto, siguió el viaje, y de pronto una de las ruedas se partió en dos. Regresó al pueblo donde había intercambiado las carretas caminando, pero cuando llegó los mercaderes ya se habían marchado. Había sido estafado como antes él había estafado a muchas personas.
Moraleja: No hagas a los demás lo que no te gustaría que te hiciesen a ti. O dicho con otras palabras: dispensa al prójimo el mismo trato que te gustaría recibir.