AJEDREZ EDUCATIVO-El labrador y la víbora

Con “El labrador y la víbora” queremos recordar hasta qué punto pueden influir en nuestro destino aquellos con quienes compartimos espacio vital en nuestro quehacer diario. De ahí la capital importancia de una acertada elección de nuestras amistades y el distanciamiento con aquellos que desconozcan el significado de la bondad.

En un país del norte de Europa, donde los inviernos son terriblemente crudos, vivía un granjero llamado Herman. Los meses de hielo y nieve se hacían interminables, pero Herman se negaba a pasar tanto tiempo encerrado en casa sin hacer nada, esperando que volviera la primavera. Por eso todas las mañanas salía a dar una vuelta por los alrededores. Así, durante un rato, podía admirar el paisaje y estirar un poco las piernas.

Un día asomó la cabeza por la puerta y notó que a pesar de que el sol brillaba esplendoroso el frío era más intenso que nunca. Antes de poner un pie fuera se cubrió con varias prendas de abrigo y por último se tapó la cara con una bufanda de lana gruesa. Envuelto en más capas que una cebolla caminó por el valle entre montañas nevadas, siempre siguiendo el curso del río para no desorientarse. El aire gélido le producía calambres musculares e irritaba sus manos, pero era un hombre acostumbrado a la dureza del campo y el magnífico paseo bien merecía un pequeño sacrificio.

Al cabo de media hora decidió parar a descansar. Se sentó sobre una roca plana y se quedó pasmado mirando el hermosísimo entorno. Cuando volvió en sí recordó que en su mochila había guardado un bocadillo de jamón. Tras dar cuenta de tan sabroso manjar decidió volver a casa. Se puso en pie, se colgó la mochila a la espalda y cuando estaba a punto de emprender la marcha vio sobre la hierba algo con forma alargada que llamó su atención.  Se acercó y descubrió que se trataba de una víbora de color gris y manchas negras, que no se movía y estaba rígida.

—¡Oh, qué pena! Debe llevar horas a la intemperie y está a punto de morir por congelación. Lo mejor será que la ponga junto a mi pecho para que se caliente un poco—, exclamó Herman.

Herman, que era un hombre muy sensible al sufrimiento de los demás, sintió mucha compasión. Sin perder un segundo se desabrochó  la ropa que llevaba y dejó parte de su torso al descubierto. A continuación colocó al animal pegado a su piel, a la altura del corazón. Volvió a abotonarse una a una todas las prendas y tomó el camino de vuelta.

Gracias al calor y al movimiento de Herman al caminar la víbora empezó a salir de su letargo. Primero desapareció la parálisis de su cuerpo y a continuación fue recobrando los sentidos. En cinco minutos volvió a sentirse como nueva. Una gran noticia si no fuera porque al recuperar la forma física y el instinto natural se comportó como lo que realmente era, un animal salvaje y peligroso que no dudó en abrir las fauces para dar un mordisco a su salvador. Sin esperarlo ni merecerlo, el bueno de Herman sintió una punzada muy dolorosa en el cuello que le hizo perder el conocimiento y caer desplomado.

Por suerte, su esposa, extrañada por la tardanza, había salido en su busca a lomos de uno de sus caballos. Conocía perfectamente cuál era su ruta diaria, así que no tardó en encontrarlo. Estaba tirado en el suelo, inmóvil, como una estatua, blanco como la nieve.

Bajó del caballo y al agacharse junto a él vio que una víbora se alejaba, reptando a toda velocidad.  Horrorizada, empezó a comprenderlo todo. Retiró la ropa de Herman y descubrió las profundas marcas de los colmillos. ¡No había tiempo que perder! El veneno del reptil se había extendido como un reguero por sus venas y su existencia corría serio peligro. Si la ponzoña alcanzase su corazón sería demasiado tarde.

Con valentía y decisión acercó la boca a la mordida y se puso a succionar y escupir la saliva mortal de la serpiente hasta la última gota.

—¡Creo que ya estás limpio porque el color está regresando a tus mejillas! ¡Lo mejor será que te suba al caballo y regresemos a casa!—, exclamó aliviada.

Pasaron muchas horas hasta que Herman logró despertarse de su profundo sueño. Cuando lo hizo se encontró tumbado en la cama y con el cuello rodeado por un vendaje, mientras su esposa, que lo miraba fijamente, le dijo:

—Herman, ¡casi te pierdo…! ¡Te ha mordido una víbora!… La verdad, no entiendo cómo ha podido sucederte algo así…

El granjero, algo aturdido, suspiró, y dirigiéndose a su mujer pronunció sus primeras palabras:

—No le busques explicación, querida. Tan solo puedo decir que la culpa es mía por haber ayudado a un ser malvado que no merecía mi compasión. Pero tranquila, no sufras más. Te aseguro que he aprendido la lección y jamás me volverá a ocurrir.

Moraleja: Procura rodearte siempre de gente con buen corazón, gente que te quiera de verdad y desee lo mejor para ti. Por el contrario, aléjate de las personas con malos sentimientos, pues sus intenciones no suelen ser buenas y en cuanto se les presente la ocasión te traicionarán.

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