El relato de esta semana va de prioridades. Porque, aunque la faceta profesional es importante en nuestras vidas, hay prioridades en momentos puntuales por encima de aquella. Se trata de mimar y prestar atención a todas las facetas que nos definen como personas y saber que para realizarnos con plenitud no debemos desatender ninguna.
Aquella tarde lluviosa Antonio sintió el impulso de releer el inicio de “El Principito”. Había llegado a casa antes de lo habitual tras una jornada extrañamente apática. De repente, aquel trabajo que había absorbido sus días, meses y años, como un agujero negro, se le hizo tedioso.
Antonio se encontraba en una posición envidiable. Era director de una agencia publicitaria y su equipo de creativos trabajaba sin causarle problemas. A no ser que se presentaran a algún concurso todos sabían lo que tenían que hacer. Gracias a que sabía contratar y mantener el talento Antonio podía permitirse leer el periódico en su despacho. El sueño de cualquier ejecutivo: no hacer nada porque toda la maquinaria funciona sola. ¿Sería el motivo de su aburrimiento súbito?
Al coger el libro de una estantería de su hijo, ya mayor de edad y emancipado, sintió una mezcla de nostalgia y malestar. Sus dedos le llevaron a la dedicatoria “A Léon Werth” con la que el autor iniciaba su historia: «Pido perdón a los niños por haber dedicado este libro a una persona mayor».
Tras dar tres excusas por las que había decidido hacerlo, Saint-Exupéry lo arregla finalmente así: «Quiero dedicar este libro al niño que este señor ha sido. Todas las personas mayores fueron niños (pero pocas lo recuerdan). Corrijo entonces mi dedicatoria: A Léon Werth cuando era niño».
Esta breve lectura removió algo muy profundo en Antonio que, disgustado consigo, cogió un jersey de entretiempo y bajó a la calle a pesar de la lluvia. Frente al portal de su casa se sorprendió al ver a dos niños que saltaban entusiasmados sobre un charco, mientras la cortina de agua les ponía perdidos.
—¡Chicos, vais a llegar a casa empapados!—, gritó Antonio.
—Es un experimento—, le respondió uno de los niños.
—¿Un experimento? ¿Cuál?—, le preguntó.
—Saber si es verdad que los niños encogen con el agua. Al llegar a casa nos mediremos—, le explicó el pequeño.
—La ropa encoge con el agua si está caliente. ¡Pero las personas, no!—, matizó Antonio.
—¿Cómo lo sabe usted?¿Cuánto tiempo ha estado sin paraguas ni chubasquero bajo la lluvia?
—La verdad es que poco.
—¡Entonces no puedes saberlo!—, replicó el niño.
Dicho esto, dejaron de prestarle atención y retomaron alegres su experimento. Antonio se puso a cubierto, a la espera de que la lluvia amainara, sintiendo que aquellos dos le habían dado una lección.
Se preguntó entonces cuánto tiempo hacía que no se divertía y no jugaba por el simple placer de hacerlo. En definitiva, ¿cuándo había sido niño por última vez?
Recordó una tarde lluviosa como aquella antes de que naciera su hijo. Estaba desanimado y al parar un bus delante suya subió sin entender por qué lo hacía. Pegó la cara al cristal y observó con ojos de niño calles que nunca antes había visto.
Después de varias paradas se bajó en un barrio desconocido y, tras tomar un café en medio de lugareños que le miraban como a un turista extraviado, llamó a un taxi sintiéndose mucho más vivo.
Un impulso similar hizo que en ese momento Antonio abandonara ahora la protección de estar a resguardo del agua que caía del cielo para ponerse al lado de los niños, que seguían gritando y chapoteando.
Mientras notaba cómo empezaba a empaparse, levantó la mirada hacia la lluvia y sintió que algo se aflojaba dentro de sí mismo. Sonriendo, levantó la voz para decir:
—Chicos, creo que la lluvia no encoge. Al contrario: te hace más grande.
Moraleja: En ocasiones el éxito profesional nos impide desarrollarnos como personas en toda la extensión de la palabra y alcanzar la felicidad plena. La relación con los demás e incluso nuestra vida familiar pueden verse seriamente afectadas. El secreto consiste en buscar en nuestro interior ese niño que todos llevamos dentro y sacarlo a la luz cuando sea preciso. ¡Nunca dejes de ser un niño!