Había una vez un hombre que emprendió un largo viaje con su hijo y un burro. Después de un rato caminando, el hombre, viendo a su hijo cansado, lo levantó para que fuera sobre el burro. “Para eso están los burros, ¿no?” pensó el hombre. Siguieron un trecho largo y unos viejos a la orilla del camino los vieron y dijeron:
-Pobre hombre, ese niño tiene energías para caminar y va sobre el burro.
El hombre escuchó esto, así que decidió bajar a su hijo del burro y montarlo él mismo. Decidieron descansar en una posada para continuar su viaje el día siguiente. Cuando amaneció, desayunaron y continuaron su camino. El hombre iba montando el burro y el niño iba al lado de estos dos. Por el camino se toparon con unas mujeres que, al verlos, dijeron:
-¡Vaya holgazán! En tan buen estado y dejando que el pobre niño vaya caminando mientras él descansa sobre el burro. Yo no sé qué descansa si es todo un perezoso.
Escuchando esto, el hombre tomó a su hijo y lo montó en el burro también y siguieron su camino. Iban el niño y el hombre sobre el burro cuando dos hombres afuera de una casa, con otro burro, comentaron:
-¡Pobre animal! No se puede ser tan desconsiderado con los pobres burros. Los animales merecen respeto, ¿sabías?
El hombre ya no sabía qué hacer, todo lo que había hecho había causado molestias en alguien. Se sentó a pensar y vio una rama lo suficientemente gruesa como para soportar el peso del burro. Amarró las patas del burro a la rama y con el hijo, cargaron al burro en sus hombros. Les costaba bastante, el animal era muy pesado. Todo el que los veía se reía pero no comentaba nada. Cuando intentaron cruzar el puente para llegar a la ciudad de su destino, la rama se rompió y los tres cayeron al riachuelo. Un anciano que los venía siguiendo, los vio y dijo:
-Quizás así aprendan la lección.
FÍN
La moraleja del hombre, el niño y el burro
Siempre que intentamos complacer a alguien, acabamos incomodando a alguien. No habrá un momento en el que todo el mundo esté de acuerdo con algo. Además, siempre que intentamos complacer a los demás dejamos que sus ideas estén por encima de las nuestras y en ocasiones por encima de nuestros principios.
Lo importante en la vida no es ser complaciente, sino ser auténticos y buenas personas. Si somos respetuosos, bondadosos y no molestamos a nadie, nadie tiene derecho a criticar lo que hagamos. Si queremos pintar, podemos pintar. Si queremos hacer música, podemos hacer música. Si queremos cargar el burro porque creemos que el animal no debe cansarse, pues podemos cargar al burro. Lo importante es que lo que hagamos no afecte a los demás. Hay que dejar de intentar que todos estén felices con lo que hacemos porque siempre habrá alguien inconforme.