Un día paseando por un bosque, el coyote que era un animal carnívoro se encontró a un pequeño conejo e inmediatamente pensó:
- ¡Uff… qué conejito tan lindo, parece que estará muy sabroso si me lo como para el almuerzo!
El conejo se dio cuenta de las culinarias y macabras intenciones que tenía el lobo con él y aunque tenía mucho miedo, le dijo:
- Hola coyote, me he dado cuenta que te parecí muy apetecible, pero te quiero pedir que no me comas y a cambio, te voy a dar unos zapotes muy maduros y definitivamente deliciosos.
Todos dicen que los zapotes son mejores que los conejos.
El coyote dudo por un momento, pero viendo la aparente inocencia del pequeño conejo se dejó convencer y cuando comenzó a comerse los zapotes, el conejito se fue corriendo más rápido que el viento dando grandes saltos.
El coyote se dio cuenta que el conejo salió huyendo y como era un magnifico cazador, siguió sus huellas.
Entonces, el coyote siendo tan astuto logro alcanzarlo cerca de un carrizal y al tenerlo nuevamente acorralado, le dijo:
- Conejito escurridizo y tramposo, esta vez no te me escaparás y te comeré.
Ante tal afirmación, el conejito se armó nuevamente de valor y le contestó:
- Por favor no me comas coyote, que me invitaron a una boda y la fiesta será a lo grande con música y mucha comida, además te prometo que serás mi invitado.
Así que tú y yo vamos a tocar la guitarra para amenizar la fiesta.
Pero en otro ligero descuido del coyote, el hábil conejito le prendió lumbre al carrizal y le dijo al coyote:
- Cuando oigas que están tronando los cohetes, le das con más ganas a la guitarra.
¡Vamos a divertirnos un rato!
Comenzaron a tronar los carrizos y el coyote muy emocionado tocaba la guitarra sin cesar, creyendo que eran los cohetes los que tronaban; pero en realidad el carrizal se estaba quemando.
Cuando el fuego ya se estaba acercando a la cola del coyote, el conejito de un solo brinco emprendió nuevamente su veloz huida.
El coyote que al parecer tenía mucha suerte, se salvó que el fuego consumiera su cola y aún más enfadado que antes, siguió las pistas del conejo.
A lo lejos vio un peñasco muy grande, que estaba sobre un lago y la luna estaba tan llena y brillante, que se reflejaba en el agua del lago redondita como un queso.
Entonces, el coyote encontró otra vez al conejo y le dijo muy disgustado:
- ¡Conejo loco y malvado me engañaste otra vez y me querías quemar, pero vas a ver, ahora sí es verdad que te voy a comer!
Pero el conejo insistió en su treta y le replicó al coyote:
— No me comas coyote, por favor perdóname no fue mi intención y para que veas que te aprecio, te invito a comernos un queso que tengo guardado.
- Ve a traerlo, dijo el coyote.
- Mejor míralo tú mismo, dijo el conejo.
El coyote se paró en la cima del peñasco, se asomó y ya vio el reflejo grande, redondo, blanco, brillante y con los agujeros que parecían una bola deliciosa de queso.
Entonces el coyote se aventó de cabeza a la fosa y no volvió a salir.
El astuto conejito pudo marcharse muy tranquilo, dándole el final a esta fábula corta del coyote y el conejo