AJEDREZ EDUCATIVO – El cazador y el pescador

El relato corto de esta semana es la adaptación de una conocida fábula de Esopo titulada “El cazador y el pescador”, que nos recuerda que la ilusión es lo que nos mantiene vivos, el motor que nos permite caminar durante nuestra existencia.

Érase una vez dos hombres, vecinos del mismo pueblo. Uno era cazador y el otro pescador. El cazador tenía muy buena puntería y todos los días conseguía llenar de presas su cesta de cuero. El pescador, por su parte, regresaba cada tarde de la mar con su cesta de mimbre repleta de pescado fresco. Un día se cruzaron y como se conocían de toda la vida comenzaron a charlar animadamente:

—Veo que en esa cesta llevas comida de sobra para muchos días—, dijo el pescador a su amigo.

—Sí. Lo cierto es que no puedo quejarme porque gracias a mis buenas dotes para la caza nunca me falta carne para comer—, respondió el cazador.

—¡Qué suerte! La carne me encanta, pero no la pruebo. En cambio, como tanto pescado que un día me saldrán espinas—, insistió el pescador.

—A mí me pasa lo mismo que a ti, pero al revés. Como carne a todas horas y jamás pruebo el pescado—, replicó el cazador.

Y entonces este último tuvo una brillante idea:

—Tú te quejas de que todos los días comes pescado y yo de que todos los días como carne ¿Qué te parece si intercambiamos nuestras cestas?

—¡Es una idea genial!—, respondió entusiasmado el pescador.

Ambos se dieron la mano y se fueron encantados de haber hecho un trato tan favorable para los dos.

El pescador se llevó a su casa el saco con la caza y cenó unas deliciosas perdices hasta acabar chupándose los dedos.

El cazador, por su parte, asó una docena de aquellas sardinas tan frescas y jugosas y comió hasta reventar.

Al día siguiente cada uno se fue a trabajar en lo suyo. A la vuelta se encontraron en el mismo lugar y se abrazaron emocionados.

El pescador exclamó:

—¡Gracias por permitirme disfrutar de una carne tan exquisita!

—No, gracias a ti por dejarme probar tu maravilloso pescado—, le respondió el cazador.

Mientras escuchaba estas palabras, al pescador se le pasó un pensamiento por la cabeza:

—¿Y si repetimos? A ti te encanta mi pescado y a mí tu carne. Podríamos hacer el intercambio a diario ¿Qué te parece?

—¡Claro que sí!—, respondió el cazador.

A partir de entonces todos los días al caer la tarde se reunían en el mismo lugar y cada uno se llevaba a su hogar lo que el otro había conseguido. El acuerdo parecía perfecto hasta que un día, un hombre que solía observarles en el punto de encuentro se acercó a ellos y les dio un consejo:

—Veo que cada tarde intercambian su comida. Me parece una buena idea, pero corren el peligro de que un día dejen de disfrutar de su trabajo sabiendo que el beneficio se lo va a llevar el otro. Además ¿no creen que  pueden llegar aburrirse de comer siempre lo mismo otra vez? ¿No sería mejor que intercambiasen las cestas una tarde sí y otra no?

El pescador y el cazador se quedaron pensativos y se dieron cuenta de que el hombre tenía razón. Era mucho mejor intercambiar las cestas en días alternos para no perder la ilusión y de paso, llevar una dieta más completa, saludable y variada. Y así hicieron durante el resto de su vida.

Moraleja: Nunca pierdas la ilusión por lo que hagas. Y si a veces te resulta monótono solo has de tener el ingenio suficiente para darle una vuelta, introducir retos desconocidos, fijar nuevas metas y afrontarlo con el entusiasmo e ilusión del primer día.

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