De nuevo una fábula con animales que nos recuerda que no vivimos solos y es necesario contar con los demás porque sin ellos no sería posible nuestra existencia. Ceder por hacer felices a nuestros semejantes no solo nos honra como personas, también es el patrón de vida más inteligente a seguir.
Sucedió una vez, hace muchísimos años, que un hombre necesitaba ir a una ciudad lejos de su casa. Era comerciante y tenía que comprar telas a buen precio para luego venderlas en su propia tienda. Debido a que había mucha distancia y el viaje duraba varias horas, decidió alquilar un asno para ir cómodamente sentado.
Contrató los servicios de un hombre, que se comprometió a llevarle con él a lomos de un asno, de limpio pelaje y color ceniza, a cambio de cinco monedas de plata. Aunque el borrico no era muy brioso, estaba acostumbrado a recorrer los caminos de piedras y arena llevando pasajeros y cargas bastante pesadas.
Partieron a primera hora de la mañana hacia su destino y todo iba bien hasta que, al mediodía, el sol comenzó a calentar con demasiada fuerza. El verano era implacable por aquellos lugares donde sólo se veían llanuras desérticas, despobladas de árboles y vegetación. Apretaba tanto el calor, que el viajero y el dueño del asno se vieron obligados a parar a descansar. Tenían que protegerse del bochorno y la única solución era refugiarse bajo la sombra del animal.
El problema fue que sólo había sitio para uno de los dos debajo de la panza del asno, que sin moverse, permanecía obediente erguido sobre sus cuatro patas. Agotados, sedientos y bañados en sudor, comenzaron a discutir violentamente:
—¡Si alguien tiene que protegerse del sol debajo del burro, ese soy yo!—, manifestó el viajero.
—¡De eso nada! Ese privilegio me corresponde a mí—, opinó el dueño subiendo el tono de voz.
—¡Yo lo he alquilado y tengo todo el derecho, que para eso te pagué cinco monedas de plata!
—¡Tú lo has dicho! Has alquilado el derecho a viajar en él pero no su sombra, así que como este animal es mío, soy yo quien se tumbará debajo de su tripa a descansar un rato.
—¡Maldita sea! ¡Yo alquilé el asno con sombra incluida!
Los dos hombres se gritaban el uno al otro enfurecidos. Ninguno quería dar su brazo a torcer. De las palabras pasaron a los mamporros y empezaron a volar los puñetazos entre ellos. El asno, asustado por los golpes y gritos, echó a correr sin que los hombres se percataran.
Cuando la pelea acabó ambos estaban llenos de magulladuras y moratones y el cuerpo dolorido. Fue entonces cuando se dieron cuenta de que el burro había huido, dejándolos tirados en medio de la nada, sin sombra y tan solo con sus pies para poder irse de allí. Habría bastado repartir el tiempo en turnos debajo del burro. Sin decir ni una palabra, se miraron y reanudaron la marcha bajo el ardiente sol, avergonzados por su mal comportamiento.
Moraleja: El egoísmo es uno de los grandes males que azotan al hombre y del que se derivan numerosos problemas que amenazan su existencia en paz y armonía. Y aunque es lícito que luchemos por nuestros derechos también hay que hacerlo sin pisotear los de los demás, sabiendo compartir, porque, en caso contrario, corremos el riesgo de quedarnos sin nada. Compartir es vivir.