El relato corto de esta semana, que lleva por título “El árbol que no sabía quién era”, es una adaptación de una antigua fábula de Oriente. La cosa va de conocerse a través de un proceso de búsqueda interior.
Había una vez un jardín muy hermoso en el que crecían todo tipo de árboles maravillosos. Algunos daban naranjas llenas de delicioso zumo; otros, riquísimas peras muy dulces. También los había repletos de dorados y sabrosos melocotones. Era un jardín excepcional y los frutales se sentían muy felices. Eran árboles sanos y bellos, que, además, producían las mejores frutas inimaginables. Solo uno de esos árboles se sentía muy desdichado porque, aunque sus ramas eran grandes y verdes, no daba ningún tipo de fruto. Los demás árboles le apreciaban e intentaban que recuperara la alegría con palabras de ánimo. El manzano, por ejemplo, solía hacer hincapié en que lo importante era centrarse en el problema:
—Si no te concentras nunca lo conseguirás. Relaja tu mente e intenta dar manzanas ¡A mí me resulta muy sencillo!
Pero el árbol, por mucho que se quedaba en silencio y trataba de imaginar verdes manzanas naciendo de sus ramas, no lo lograba.
Otro que a menudo le consolaba era el mandarino. Y también le insistía en que probara a dar mandarinas:
—Quizá te resulte más fácil con las mandarinas. Son más pequeñas que las manzanas y pesan menos. ¡Haz un esfuerzo!
Pero el árbol era incapaz y se sentía fatal por ser diferente y poco productivo.
Un mañana un búho le escuchó llorar amargamente y se posó sobre él. Viendo que sus lágrimas eran tan abundantes pensó que algo grave le pasaba. Y le habló:
—Yo no entiendo mucho de los problemas que tenéis los árboles, pero aquí me tienes por si quieres contarme qué te pasa. Tal vez pueda ayudarte.
El árbol suspiró y confesó al ave cuál era su dolor:
—En este jardín hay cientos de árboles, todos bonitos y llenos de las mejores frutas, excepto yo. Todos insisten en que intente dar manzanas, peras o mandarinas, pero no puedo ¡Me siento frustrado y enfadado conmigo mismo!
El búho, que era muy sabio, comprendió el motivo de su pena y le dijo con firmeza:
—El problema es que no te conoces a ti mismo. Te pasas el día haciendo lo que los demás quieren que hagas y no escuchas tu propia voz interior, esa que todos tenemos. Aprende a escucharla. Ella te dirá quién eres tú y cuál tu función en este mundo.
El árbol decidió seguir el consejo del búho. Aspiró profundamente e intentó concentrarse en su propia voz interior. Cuando consiguió desconectar su mente de todo lo que le rodeaba escuchó al fin una vocecilla dentro de él que le susurró:
—Cada uno es lo que es ¿Cómo pretendes dar peras si no eres un peral? Ni manzanas, porque no eres un manzano. Ni mandarinas, por no ser un mandarino. Eres un roble y estás aquí para cumplir una misión distinta pero igualmente importante: acoger a las aves entre tus enormes ramas y dar sombra a los seres vivos los días de calor ¡Ah! Tu belleza alegra el paisaje y eres una de las especies más admiradas por los científicos y botánicos ¿No crees que es suficiente?
Por fin, después de muchos meses, el árbol triste se alegró. La emoción recorrió su tronco porque al fin comprendió quién era y que tenía una preciosa y esencial labor que cumplir dentro de la naturaleza. Jamás volvió a sentirse peor que los demás y logró ser muy feliz el resto de su larga vida.
Moraleja: Cada uno de nosotros tiene unas capacidades diferentes que nos distinguen de los demás. Trata de conocerte a ti mismo y de sentirte orgulloso de lo que eres en vez tratar de ser lo que los demás quieren que seas.