La envidia es uno de los siete pecados capitales. Y está así considerado, pues es el origen de otros pecados y defectos y capaz de despertar en nosotros lo peor del ser humano. “El alfarero y el lavandero” es la historia de dos amigos a quienes la envidia separó. Y no solo eso…
Hace mucho tiempo vivía en la India un alfarero que tenía como vecino a un lavandero. Este era buen trabajador, siempre alegre y con una clientela numerosa. Gracias a ello había amasado una fortuna, lo cual llenaba de envidia al alfarero, menos solvente económicamente. Y hasta tal extremo llegó su envidia que decidió romper todo trato con su vecino, como si aquella prosperidad adquirida tras largos años de esfuerzo pudiera perjudicarle a él en algo. Mientras tanto, el lavandero seguía trabajando y era siempre bueno con todos, sin hacer caso del mal humor del alfarero.
Un buen día el envidioso alfarero decidió jugarle una mala pasada a su vecino. Se presentó ante el rey de la ciudad, un hombre noble aunque poco inteligente, y le dijo:
—Majestad, vuestro elefante es gris pero sé que el lavandero conoce un procedimiento que le es exclusivo. Si le ordenáis que lo lave para blanquearlo lo conseguirá. Así os convertiréis en el dueño de un elefante blanco.
Al hablar así no es que le interesase el bien del rey, que le tenía sin cuidado, sino que estaba seguro de que el lavandero, no podría volver blanco al elefante, con lo que caería en desgracia, perdería la clientela y sería el fin de su prosperidad.
Como el rey ansiaba desde hacía tiempo tener un elefante blanco pensó que nada perdía intentándolo, por lo que mandó encontrar al lavandero y darle la orden de blanquear a su elefante.
Cuando el lavandero oyó sus palabras le entraron ganas de reír y decirle a su rey que la broma le parecía muy graciosa, pero, viendo su aire grave y recordando que era poco inteligente, se contuvo y permaneció serio. No tardó mucho en adivinar de dónde le venía aquel golpe bajo, de tal modo que le respondió:
—Señor, haré todo lo posible por ejecutar su orden, aunque debe saber que antes de lavar es necesario poner las prendas en remojo en un cacharro con agua y jabón. Tras un tiempo allí procedemos al lavado. Y es lo que debo hacer con su elefante. Lo malo es que no dispongo de un cacharro lo suficientemente grande para realizar esta operación previa.
El rey, pensando que la fabricación de un cacharro era propia de un alfarero, hizo llamar a su primer interlocutor y le dijo:
—Seguiré tu consejo y daré mi elefante a lavar, pero el lavandero necesita un gran recipiente para echarlo allí en remojo. Te mando, pues, que hagas uno lo suficientemente grande para ello.
Al alfarero no le quedó otra que fabricar la vasija que se le encargaba. Llamó en su ayuda a amigos y familiares, reunió con ellos una cantidad inmensa de arcilla y en varios días, después de múltiples esfuerzos, lograron entre todos hacer un recipiente capaz de contener un elefante. Entonces lo llevaron ante el rey, el cual, entusiasmado, lo puso a disposición del lavandero. Este lo llenó con agua y jabón y afirmó que todo estaba listo para que entrase el elefante. Los guardias de palacio llevaron al dócil animal, pero apenas puso la pata en el recipiente la arcilla se quebró rompiéndose en mil pedazos.
Al ver lo sucedido el rey ordenó al alfarero que hiciera otra vasija, que también se rompió. Igual pasó con la tercera, la cuarta y otras muchas. O eran tan gruesas que no había forma de hacer hervir el agua o tan finas que el elefante los hacía trizas en cuanto ponía la pata encima. Y, obligado a entregarse por completo a este trabajo imposible, el alfarero tuvo que descuidar sus propios asuntos y acabó por arruinarse por completo.
Moraleja: Aléjate de la envidia no solo por ser abominable desear el mal a tu prójimo. También porque lleva en sí misma implícito el castigo de tu propia infelicidad. Y el karma que todo nos devuelve, lo bueno y, como en este caso, lo malo.