El relato corto de esta semana, titulado “El acróbata y la niña”, es la adaptación de una antigua fábula de la India. Nos recuerda uno de los preceptos básicos y más importantes para crecer como personas, que siempre deberíamos tener presente.
Hace muchos años vivía en la India una niña huérfana de padre y madre. Era una chiquilla que además de guapa era bondadosa y sensata para sus cinco años de edad. Desde que tenía uso de razón vivía en un orfanato y se pasaba el día soñando con encontrar una familia. Pensaba que nunca llegaría ese momento, pero un día pasó por su pueblo un acróbata y decidió adoptarla. El buen hombre la acogió con cariño y la trató como a una verdadera hija.
Desde el día que sus vidas se cruzaron fueron de aquí para allá recorriendo el país porque se ganaban la vida representando un fantástico número de circo. Siempre juntos y de la mano caminaban varios kilómetros diarios. Cuando llegaban a una ciudad se situaban en el centro de la plaza principal, el hombre colocaba un palo mirando al cielo sobre su nuca, soltaba las manos y la pequeña trepaba hasta el extremo del palo. Una vez arriba saludaba al público haciendo una suave reverencia con la cabeza. A su alrededor siempre se arremolinaba una multitud que se quedaba pasmada ante aquel acróbata, quieto como una estatua, que sostenía a una niña en lo alto de una vara sin perder el equilibrio.
El espectáculo era genial, pero también muy arriesgado. Un solo fallo y la niña podría caerse fatalmente desde tres metros sobre el suelo. Al terminar, todos los presentes aplaudían entusiasmados y respiraban tranquilos al ver que la niña pisaba tierra firme, sana y salva. Casi nadie se iba sin dejar unas monedas en el cesto. En cuanto se quedaban a solas, contaban las ganancias, compraban comida, echaban una siesta, recogían los bártulos y tomaban el camino a la siguiente población.
A pesar de que ya tenían mucha práctica y se sabían el número al dedillo, el acróbata siempre se sentía intranquilo por si uno de los dos cometía un error y la actuación acababa en tragedia. Un día, le dijo a la niña:
—He pensado que para evitar un accidente lo mejor es que cuando hagamos el número tú estés pendiente de mí y yo de ti ¿Qué te parece? ¡Me da miedo que te caigas del palo y te hagas daño! Si tú vigilas lo que yo hago y yo te vigilo a ti estaremos más seguros y tranquilos.
La niña reflexionó sobre estas palabras y mirándole con ternura le respondió:
—No, padre. Yo me ocuparé de mí misma y tú de ti mismo, pues la única forma de evitar una catástrofe es que cada uno esté pendiente de lo suyo. Tú procura hacer bien tu trabajo, que yo haré bien el mío.
El acróbata se dio cuenta de la niña tenía razón. Sonrió y le dio un beso en la mejilla, sintiéndose muy afortunado por tener una hija tan prudente y capaz de asumir sus responsabilidades.
Moraleja: En la vida es estupendo saber que podemos contar con los demás, pero antes de nada tenemos que aprender a cuidarnos a nosotros mismos y ser responsables con nuestras tareas. Si te esfuerzas cada día por mejorar, vencer tus propios miedos y hacer bien las cosas llegarás lejos y te sentirás orgulloso de tus logros.