La lección de vida que nos trae el relato elegido para la ocasión pone en valor la humildad, virtud que acostumbra a ser compañera de viaje de los más sabios. “El científico y la muerte” nos recuerda que nada bueno acaba ocurriéndole a quien no la tiene de su lado.
Érase una vez un científico que tras muchos años de trabajo descubrió el arte de clonarse a sí mismo. Y alcanzó tal perfección que resultaba imposible distinguir el original de la reproducción.
Un día se enteró de que andaba buscándole la muerte, así que se le ocurrió hacer doscientas copias de sí mismo. Satisfecho, ante la perfección de su trabajo, exclamó en voz alta mientras sonreía:
—¡Que venga a buscarme! Es imposible que pueda reconocer entre tantas réplicas exactas al original. Elegirá una de las reproducciones y, creyendo que me ha llevado con él, no volverá a molestarme nunca. ¡Seré inmortal!
A los pocos días se presentó la muerte, embutida en su túnica negra con capucha y guadaña en mano, dispuesta a llevarse al científico. Sin embargo, fue incapaz de averiguar cuál de los ejemplares era el original. Pero en vez de llevarse consigo a uno de ellos optó por regresar a su guarida. Entonces pensó y pensó hasta encontrar una ingeniosa estrategia con la que llevar a cabo su cometido.
A los pocos días regresó al laboratorio, donde se hallaba el científico y sus doscientos replicantes, y exclamó en voz alta:
—Es usted un genio, señor. Ha logrado reproducciones de sí mismo tan fidedignas que nunca nadie podrá distinguir al original de las copias. A menos que… A menos que descubra el único defecto de su grandiosa obra, con el que yo he dado. Un minúsculo error, sí, pero defecto, al fin y al cabo.
El científico, herido en su orgullo, pegó un salto y dirigiéndose a la muerte exclamó:
—¡Eso es imposible! ¿Dónde está el defecto?
—Justamente aquí—, le respondió la muerte mientras cogía al científico por el brazo y se lo llevaba consigo.
Moraleja: Todo lo que hace falta para descubrir el ego de alguien es una palabra de adulación o crítica. En ambos casos, acéptalas con humildad. Si son positivas, agradeciéndolo e intentando mejorar. Recuerda que el halago debilita. Y en caso de ser negativas, sé humilde y tómalas como un estímulo para enmendar errores y seguir creciendo como persona.